
En los últimos años Vladimir Putin, el presidente de Rusia, ha sido un actor destructivo, y no constructivo, del escenario mundial, desgraciadamente famoso por proteger al cruel régimen de Assad en Siria y por haber anexado Crimea. Sin embargo, cómo actúe después de la destrucción del avión malayo en Ucrania hará más que nada sellar su reputación internacional.
Quizás esta tragedia terrible, donde murieron 298 personas inocentes, convenza al líder del Kremlin de apagar la sangrienta insurgencia en el este de Ucrania, conflicto que él mismo alimentó abasteciendo de armas a los rebeldes pro-rusos que combaten el gobierno de Kiev.
Si no, podría tratar de evitar que se sepa la verdad sobre el vuelo 17 de Malaysia Airlines y mantenerse leal a su política de desmembrar Ucrania para evitar que gire hacia Occidente. Si elige este último curso de acción, Rusia se convertirá en un paria internacional y comenzará una nueva era oscura de las relaciones entre Oriente y Occidente.
Tras la destrucción del MH17, hay una gran polémica sobre quién fue el responsable. La evidencia circunstancial indica que el avión fue derribado por los separatistas pro-rusos. Hay un signo de interrogación sobre cómo es que los rebeldes cuentan con un sistema de misiles superficie-aire tan potente. Puede ser que se lo hayan robado a los militares ucranianos o, lo que sería mucho más grave, podrían haberlo obtenido directamente de Rusia.
Es necesario que se investigue en forma exhaustiva e independiente la destrucción del avión. Los separatistas, que controlan el territorio donde se estrelló la nave, deben darle a los investigadores acceso irrestricto al lugar y a las cajas negras. Eso podría requerir que Putin presione pública e inequívocamente a los militantes pro-rusos para que cumplan. Si no lo hace, el líder del Kremlin se arriesga a perder lo que le queda de su credibilidad internacional.
Las responsabilidades de Putin van más allá de eso. Si bien el Kremlin aceptó el surgimiento de Petro Poroshenko como presidente electo de Ucrania, siguió alimentando el conflicto entregando a los rebeldes tanques y arsenal pesado. Moscú debe poner fin a este flujo de equipamiento bélico, forzar a los separatistas a dejar el enfrentamiento y disolver la República del Pueblo de Donetsk.
Si Putin no se muestra a la altura del desafío, Occidente debe ser firme en su respuesta. Antes del desastre del MH17, Estados Unidos hizo bien en imponer nuevas sanciones. Si no hay cambios en el comportamiento del Kremlin, estaría justificado que el presidente Barack Obama pida penalidades económicas más severas.
Los líderes europeos deberían también repensar su postura colectiva. El bloque está dividido entre quienes, como los europeos centrales, que se mantienen duros frente a Rusia y aquellos, como Italia y partes del gobierno alemán, que se muestran más reacios porque temen perder lazos económicos. Como resultado, la UE aprobó sanciones mucho menos severas que Estados Unidos. Si la muerte de 298 personas, entre ellas al menos 198 europeos, que iban en un vuelo que partió de Amsterdam no cambia la forma de pensar de los líderes de la UE, nada lo hará.
Sin embargo, es Putin quien eventualmente tiene la llave para resolver esta crisis. Él debe actuar mientras retenga el poder para dictar acontecimientos. En su país, el presidente ruso alentó una fiebre pro-separatista en los medios estatales que ahora podría convertirse en imparable. En el este de Ucrania desplegó fuerzas fuertemente armadas, cuya conducta indiscriminada ahora no está pudiendo contener.
La tragedia del MH17 es una terrible señal de cómo Putin está perdiendo el control del conflicto en Ucrania. Ahora tiene una preciosa oportunidad de cambiar de rumbo.














