Adaptándose a un mundo de tasas "más altas por más tiempo"
El cambio de una era de dinero barato tendrá importantes repercusiones económicas.
Ahora que las tasas de interés están en su punto más alto, o cerca de él, la atención se ha centrado en cuánto tiempo se mantendrán elevadas. Los banqueros centrales, temerosos de ser complacientes con la inflación, se han unido tras el mantra de "más altas durante más tiempo".
Huw Pill, economista jefe del Banco de Inglaterra (BoE, por sus siglas en inglés), incluso comparó la trayectoria probable de las tasas en el Reino Unido con la Table Mountain de Ciudad del Cabo, con su cima alta y plana. Esta realidad, reforzada por los buenos datos de empleo de Estados Unidos del viernes, inquieta a los inversores. En las últimas semanas, los mercados bursátiles han caído y los rendimientos de los bonos a largo plazo se han disparado.
Hasta ahora, las economías han demostrado resistencia ante la suba de las tasas. Pero a medida que se agoten las reservas de liquidez post-pandemia y expiren los préstamos a tasas bajas, las empresas y los hogares se verán más presionados en los próximos meses. El aumento de los rendimientos de los bonos amenaza con agravar las turbulencias, mientras que ya se esperan desaceleraciones en EE.UU. y Europa el año que viene. De hecho, con la inflación a la baja, tras haber caído desde máximos de 40 años, en algún momento habrá que recortar las tasas. Sin embargo, esperar que el costo del crédito vuelva a caer a los mínimos experimentados tras la crisis financiera es absurdo.
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Los cambios económicos estructurales podrían mantener las presiones sobre los precios -y las tasas de interés- más altas a largo plazo. El aumento del proteccionismo significa que la globalización puede no ser la fuerza deflacionista que fue en el pasado. El gasto en la transición climática, el envejecimiento de la población y la defensa significa que la política fiscal seguirá apuntalando la demanda. El envejecimiento de la población activa agravará la actual escasez de mano de obra. Al menos durante los próximos años, las tasas de interés seguirán siendo elevadas: Fitch Ratings prevé que la Reserva Federal de EE.UU., el Banco Central Europeo y el BoE terminen 2025 con tasas entre el 3% y el 3,5%. El abandono de la era de dinero barato tendrá importantes repercusiones económicas.
Los gobiernos se enfrentan a decisiones difíciles. Entran en la era de las tasas más altas con una deuda pública y unas exigencias de gasto que se han disparado. Una mayor proporción de los ingresos se perderá en el pago de intereses. Sin embargo, recortar los servicios públicos o subir los impuestos sigue siendo políticamente tóxico. Algo tendrá que ceder. Es probable que los nuevos indicios de despilfarro fiscal sean castigados por los mercados de renta fija, que intentan asimilar tanto las nuevas emisiones como la reducción de los balances de los bancos centrales.
Las condiciones financieras seguirán siendo volátiles. Los focos ocultos de apalancamiento, sobre todo en los hedge funds y los mercados de capital privado -que pueden no haber previsto tasas a medio plazo más elevadas- constituyen una preocupación sistémica permanente. No obstante, unas tasas de interés más altas podrían devolver cierta disciplina a los mercados, en contraste con la búsqueda de rentabilidad de la pasada década, que dio lugar a la aparición de activos financieros complejos y poco confiables, desde criptomonedas hasta préstamos corporativos de riesgo.
Será un panorama diferente para las empresas y los hogares. Es poco probable que sobrevivan muchas de las empresas zombis que se mantuvieron con vida gracias a los préstamos a baja tasa. Las quiebras en EE.UU. este año van camino de alcanzar su nivel más alto en más de una década, y también han aumentado en la eurozona. Si bien esta situación puede favorecer la productividad, algunas start-ups innovadoras pueden quedar excluidas a medida que los inversores aumenten su nivel de diligencia debida. Las estrategias de fijación de precios por debajo del costo utilizadas por Netflix, Uber, entre otras -los favoritos de la era de liquidez- serán menos viables.
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Las empresas se enfrentarán a consumidores con bolsillos más ajustados. Los pagos de préstamos más caros y las mayores recompensas por ahorrar reducirán el gasto. También es probable que la incesante suba de los precios de la vivienda de la última década se ralentice debido al encarecimiento de las hipotecas. El Reino Unido y la eurozona ya han registrado caídas anuales del precio de la vivienda. Las limitaciones de la oferta evitarán un desplome, pero eso sigue significando poco respiro para los compradores de primera vivienda.
Con una productividad lánguida y la transición verde retrasada, las generaciones futuras lamentarán sin duda el despilfarro de las bajas tasas de interés en servicios de streaming, apps de delivery y precios inflados de la vivienda. La nueva normalidad les resultará desconocida. Pero la aberración fue la década anterior de tasas mínimas y liquidez infinita.
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