

Como una forma de edulcorar el mal sabor de boca que les dejaba la postulación de Daniel Scioli, inevitable a esa altura para el sistema político peronista, el "círculo rojo" K, la militancia kirchnerista acuñó un slogan que se repitió en la campaña 2015: "El candidato es el proyecto". Era la forma de decir que el gobernador podía ser el mascarón de proa de un gobierno del Frente para la Victoria, cuyo rumbo podía ser corregido, en caso de ser necesario, por el vicepresidente Carlos Zannini.
Pasó el macrismo y el actual oficialismo recupera la mística creativa para sintetizar una futura boleta que debe contener a sus tres vertientes de la forma más indolora posible: el albertismo, el cristinismo y el massismo. "El candidato será el Frente", pronostican en la Casa Rosada. Hablan, claro, de nombres propios, los mismos que circulan en tertulias peronistas. Pero buscan minimizar el ADN de cada uno que, llegado el caso, terminará explicando su selección y quién tuvo la lapicera. El "lo puso Cristina" de los comicios.
En las encuestas que maneja Santiago Cafiero, jefe de Gabinete y de la futura campaña (repite tras 2019), ningún candidato "mide más que la marca", juran. Esto es: ni Martín Insaurralde, lanzado a la ronda de rumores la semana pasada por Cristina Fernández de Kirchner, ni un Sergio Berni; ambas figuras ya instaladas por méritos propios o ajenos; ni tampoco Victoria Tolosa Paz o Fernanda Raverta, menos conocidas para la opinión pública.

¿Puede el Gobierno tomar un dirigente con poco nivel de conocimiento e instalarlo en el debate electoral? Claro: ya lo hizo tanto el kirchnerismo como el macrismo. Con ayuda papal (una foto con el Santo Padre), Cristina Kirchner promocionó a un Insaurralde que en las legislativas 2013 no había trascendido del conurbano. La historia es conocida: perdió frente a Sergio Massa.

En 2017, con Mauricio Macri y María Eugenia Vidal como bandera, Cambiemos no sólo enfrentó sino que le ganó a la ex Presidenta con una figura de bajo perfil, Esteban Bullrich.
La lógica ahora es la misma: sin estar en las boletas, "los candidatos serán Alberto, Cristina, Sergio y Axel", resumen la estrategia en la Rosada. Cada uno tendrá un rol, como en las últimas presidenciales.
En la Rosada repiten ese mantra, además, para instalar la falta de necesidad de un apellido de peso. En esa línea, resisten el salto de Cafiero a la arena electoral. Fuera del albertismo exhiben números que muestran que sería un buen candidato para enfrentar a Juntos por el Cambio en la provincia. Salvo que se refriten, además, las "candidaturas testimoniales", el problema no es la boleta sino el vacío que dejaría en un despacho cercano al de Alberto Fernández, en un Gobierno al que no le resulta fácil cubrir las vacantes.
Sin esa opción sobre la mesa, se suman nuevas variantes desde la sanidad a la danza de nombres que empezó con el propio Scioli (instalado por Alberto hace semanas), Insaurralde (apuntalado por Cristina días atrás) y Berni (candidateado por el mismo): la asesora presidencial Cecilia Nicolini, protagonista de las negociaciones por las vacunas, y el viceministro de Salud, Nicolás Kreplak.













