

El país adolescente retrocede en círculos y aparecen los fantasmas en el túnel del tiempo. Ahora es la cuestión Botnia, que retorna como caso UPM desde que la compañía finlandesa le compró la pastera a sus compatriotas. Vuelve una discusión legítima con Uruguay pero con atraso sugestivo y teñida de argumentos electorales. Vuelven la ecología mezclada con el ideologismo barato, las amenazas de cortar un puente internacional y la incapacidad del Gobierno argentino para resolver de modo constructivo las tensiones con un país limítrofe y hermano por historia.
Sumarán para la anécdota las bravatas del canciller, Héctor Timerman, y el protagonismo del gobernador Sergio Urribarri, salvavidas electoral desinflado de alguna geografía del kirchnerismo. Quedarán la indiferencia que el conflicto con Uruguay genera en muchos argentinos y el desencanto de Gualeguaychú, la ciudad que acusa tanto a Uruguay como a la Casa Rosada por todos estos años de desventura.
Roces con Uruguay por UPM; con Brasil por las trabas comerciales; un acuerdo para que Irán revele datos sobre el atentado a la AMIA con más para perder que para ganar. La política exterior sigue el mismo sendero descendiente por el que se despeña la gestión a la hora del cabotaje.













