

Cuánto darían Cristina, Mauricio o Hermes Binner por ser declarados líderes del año en el planeta y salir en la portada de la revista Time? Eso es precisamente lo que logró Luiz Inacio Lula Da Silva a fines de 2010. Estaba terminando su segundo mandato y Brasil se proyectaba como la gran potencia emergente del nuevo siglo. La pobreza había bajado siete puntos en sus ocho años; el crecimiento era alto y la inflación baja. No lo obsesionaba la idea de eternizarse en ese cargo y su ministra de Energía, Dilma Roussef, ya se perfilaba como su sucesora. No estaba mal para el hijo obrero de un matrimonio de campesinos analfabetos que jamás pisó la universidad y perdió tres elecciones presidenciales antes de llegar a la cúspide del poder.
Lula, el hombre que fue tapa de Time, de Newsweek, de Financial Times y del diario español El País, llegará la semana próxima a Buenos Aires invitado por el Coloquio Empresario de IDEA. El brasileño se reunirá el miércoles con Cristina Kirchner y por la noche será la estrella del encuentro de hombres y mujeres de negocios en Mar del Plata. Hablará durante 40 minutos y luego se someterá a las preguntas de los participantes de la cena de honor a la que asistirán los gobernadores Daniel Scioli, José Manuel De la Sota, Arturo Bonfatti y Juan Manuel Urtubey, además de legisladores de todas las tendencias y directivos de las compañías más importantes del país.
¿Quién no quiere escuchar a Lula? El brasileño hablará diez días antes de cumplir 67 años. Es el mismo que emergió de las barriadas más pobres de San Pablo y que forjó su destino como obrero metalúrgico hasta presidir el gremio y fundar con otros referentes de la izquierda el Partido de los Trabajadores. Es que batalló contra la dura burguesía empresaria paulista y el que combatió a la dictadura hasta que Brasil también inició su transición democrática, un proceso bastante menos represivo y sangriento que los que vivieron Uruguay, Chile o la Argentina. Quizás fueron esas enseñanzas las que volvieron a Lula un hombre de diálogo y consenso cuando arribó al poder. Quien es más de derecha va girando más hacia el centro y quien es más de izquierda va tendiendo hacia la socialdemocracia. Las cosas van confluyendo de acuerdo con la cantidad de pelos blancos y de responsabilidad que uno tiene..., dijo poco después de cumplir 61. Así describió él mismo las características moderadas de su gestión presidencial, a veces criticada por los sectores de derecha y a veces criticada también por la izquierda.
La flexibilidad política y económica de Lula sorprendió en el verano de Londres en 2003 al recién asumido Néstor Kirchner, durante una cumbre de aquel movimiento efímero llamado la Tercera Vía. Este Lula está cada vez más menemista, reflexionó Kirchner ante la prensa en clave argentina. Pero el brasileño entendió el mensaje, activó a su entrenada diplomacia y logró que Néstor le pidiera disculpas. Allí fue consolidándose una relación con altas y bajas pero que sólo se interrumpió con la muerte del argentino. El conmovedor abrazo de Lula a Cristina durante los funerales de octubre de 2010 demostró que no quedaron resquemores en esa compleja confluencia bilateral.
Un año después, Lula tuvo su propio desafío contra la muerte. Le detectaron un cáncer de laringe y debieron extraerle un linfoma del que aún se está recuperando. Perdió el pelo y algunos kilos pero salió adelante con valentía y el respaldo de su esposa y sus hijos que siempre se mostraron a su lado. Ese es el Lula que veremos aquí desde el miércoles próximo. Un dirigente que supo crecer desde la marginación para llegar a conducir a un país emergente con pobreza extrema pero destino de potencia planetaria.










