

Desde la muerte de Alberto Nisman se escucha defender con igual despliegue de argumentos tanto la idea de que el Gobierno no sabe cómo salir del atolladero como la de que no ha perdido la iniciativa y avanza, con su mecanismo de probado éxito, en la estrategia de la escalada y la confrontación para dominar el escenario. Ambas miradas son complementarias. Es tan visible el esfuerzo del Gobierno por recuperar la iniciativa y el control de la agenda pública como su desconcierto, su ineficacia y errancia. El momento se resume en slogan, corregido: vamos por todo, pero con los ojos cerrados.
Fueron excepcionales las veces que el kirchnerismo no respondió de forma agresiva ante sus coyunturas adversas: nunca el kirchnerismo cautiva más a sus audiencias que cuando ataca a un suprapoder. Sin embargo, a escasos seis meses de las elecciones que marcarán su destino, la embestida de los últimos días contra fiscales y jueces no parece una táctica de construcción de contrapoder sino apenas un reflejo de supervivencia para los meses finales. El aturdimiento proviene sin duda del golpe producido por la muerte del fiscal. Como ocurrió alguna vez con la ley de medios, el kirchnerismo abandonó la gestión para ocuparse de una gestión paralela: administrar los daños provenientes de las investigaciones de la Justicia sobre la figura de la Presidenta, que alcanzan desde la revelación de irregularidades patrimoniales hasta una trama que encubre a los supuestos responsables del más atroz atentado terrorista que conoció la historia argentina.
Cómo abordar el conflicto es un desafío oceánico para la Presidenta. Sin embargo, sus problemas para definir un rumbo vienen de antes. Ya no se trata de falta de planificación, incluso en la tradición más bien pragmática y de sentido de época de los gobiernos de raíz popular en la Argentina.
Obsesionada con la línea de llegada que le impone la Constitución, lo que domina a lo largo de su gestión es el vértigo. La Presidenta inició su segundo período el día de la muerte de Kirchner, un año antes de lo que indicaba el calendario institucional. Su primer reflejo una vez reelecta fue intentar deshacer el monumental amasijo de subsidios a la economía, una herencia de Kirchner, figura que aparecerá como un falso Deus ex machina a lo largo de su gobierno. El plan fracasó antes de ser puesto en marcha: el gasto aumentó a un ritmo del 40% anual.
Los dos más importantes proyectos parlamentarios, la reforma judicial con elección por voto directo de consejeros de la Magistratura, y el Memorándum del acuerdo con Irán, fueron convertidos en ley por la mayoría oficialista. Pero ambos adolecieron de una elemental lectura anticipatoria de los tiempos políticos y fueron abortados desde la Justicia. Al acuerdo con Irán siguió el reclamo al régimen de los ayatollah por su incumplimiento ante la asamblea de la ONU, casi un gesto de despecho de una diplomacia amateur. Contemporánea al sinceramiento de las estadísticas y el desplazamiento de Guillermo Moreno fue la decisión de volver a los mercados internacionales para recuperar una vía de financiamiento. El encargado fue el ministro Kicillof, un hombre poco convencido de la idea, que no podía entonces sino terminar mal. El adecentamiento de lo que había sido una confiscación a Repsol y luego la expropiación de YPF, el pago de la deuda al Club de París y el cumplimiento de las sentencias en los tribunales del CIADI no torcieron la voluntad de un juez de Nueva York, de su tribunal de alzada y de la Corte Suprema de EE.UU. de ordenar a la Argentina regularizar su deuda con los holdouts.
El Gobierno dio aire a la posibilidad de un acuerdo entre privados que involucraba a la banca nacional pero se arrepintió en un fin de semana. Lo que había sido un rumbo posible para la normalización financiera terminó en una grosera vuelta atrás, la radicalización del discurso contra el sistema financiero internacional y la búsqueda de una salida por la vía del intercambio con China para recuperar escasas reservas. Devaluó para recuperar la competitividad y después ancló el tipo de cambio para contener la inflación y no logró lo uno ni lo otro: conviven la inflación y el estancamiento.
Las contradicciones que acechan a las izquierdas en el mundo y las trampas del personalismo estallan a la hora del final del proyecto. La alternancia en el poder no tiene espacio: las usinas de pensamiento kirchnerista ya han tenido problemas para explicar una sucesión vía Scioli. ¿Cómo explicarían una derrota que mande al kirchnerismo al llano, como insinuó Máximo Kirchner? ¿Cómo explicarían que el pueblo, después de 12 años de gobierno popular, le diera la espalda? Si algo permaneció inalterable entre estas marchas y contramarchas fueron el discurso y la teatralización de cada acto de gestión, acompañadas por una salud cada vez más inestable de la Presidenta. Los extravíos que siguieron a la tragedia de Nisman son todo aquello más la fatalidad que unen a la muerte y la conciencia del fin de una época: la de ella misma.













