A casi seis meses de asumido, Sergio Massa, un no economista, dejó de ser una incógnita en su novedosa condición de gestor macroeconómico. No lo era como político, y ahora tampoco lo es como hacedor de política económica. Si hubiese que definir su gestión en una sola palabra, ésa sería pragmática, la misma que probablemente se use para rotular su carrera política.

No poder calificarlo como ortodoxo o heterodoxo, como libremercadista o estatista, ¿es un mérito? ¿El pragmatismo resulta un activo a la hora de administrar un entorno económico social siempre conflictivo como el argentino? ¿Las cualidades políticas, entendidas como la capacidad real de negociación y articulación de medidas al interior del oficialismo, con la oposición y con sectores empresarios, sindicales y sociales, deben formar parte del curriculum vitae de todo ministro? ¿Luego de qué límite correrse del dogma y ser pragmático se transforma en la confusión de la prueba y el error, de la falta de norte, de ir a los tumbos buscando el camino sin estrategia alguna?

Todas preguntas relevantes al momento de entender y valorar una gestión económica. En otros tiempos, ministros economistas como Domingo Cavallo o Roberto Lavagna tomaron decisiones eminentemente pragmáticas, fuera de la caja, en escenarios de altísima complejidad que no figuraban en los libros de texto distintos de los que abrevaban.

Uno limitó la libertad de disponer de liquidez en los bancos en los estertores de la convertibilidad, en 2001, contrariando el espíritu mismo de su criatura. El otro decidió, cuando el humo y los piquetes en el microcentro porteño aún se contaban por decenas, abrir los bancos prácticamente cerrados en aquel primer trimestre de 2002, desoyendo los consejos del coro de la profesión económica, que presagiaba una huida masiva del peso. La suerte en un caso estaba echada, y en el otro fue el inicio del despegue en la posconvertibilidad. Pero hubo un pragmatismo extremo en ambos casos.

El pragmático Massa tomó el mando cuando la coalición gobernante tendía a la disgregación y la incertidumbre era máxima. La brecha cambiaria rozaba 160%, la administración estaba paralizada, y hasta se imagina- ban salidas institucionales ante la crisis. La inminencia del final hizo reaccionar a la disfuncional coalición, abriéndole el juego a un socio que se sabía venía a hacer lo que hasta entonces el gobierno no supo o no pudo: embanderarse detrás del acuerdo con el FMI.

La vicepresidenta, haciendo mutis por el foro (pragmática también), dejó hacer y a casi seis meses la Argentina cumplió tres revisiones trimestrales con el organismo. Impensado. Massa viene haciendo lo que se creía que haría, lo que no era pensado como posible de hacer dentro de un gobierno como el actual y también, para sorpresa de muchos, cosas que a pocos se les habrían ocurrido.

Veamos todos estos casos. Frente a la escasez de divisas y la aceleración inflacionaria, como se imaginaba, profundizó el control sobre los pagos de importaciones (el SIRA) y rebautizó los precios cuidados como "justos". Hasta acá ninguna novedad. Pero el pragmático ministro, conocedor de las necesidades imperiosas de estabilización financiera, también viene consolidando desde agosto un fuerte ajuste fiscal, en paralelo a una refinanciación de la deuda del Tesoro que contribuye a despejar de vencimientos el cortísimo plazo. Un sendero ineludible que se asumía de altísima complejidad para transitar, y que sorprende hasta ahora por su escasa conflictividad, tanto con las provincias como con los movimientos sociales.

En concreto, hasta noviembre Massa redujo el gasto primario en términos reales (base caja) en unos $ 500 mil millones respecto de igual período de 2021. En el dólar soja se observa el mayor pragmatismo, lo que no llegó a imaginarse. Salir de la caja convencional que recomendaba una devaluación clásica, y hacerla dos veces, por un tiempo, para el único sector que aporta divisas netas. Es muy probable que esta herramienta cuente con una nueva versión en abril, al tiempo de la próxima cosecha.

Por supuesto, como toda devaluación, expande los pesos en circulación y complica la contabilidad del Banco Central, pero en la idea del mal menor, fortalecer las reservas internacionales (en línea con el FMI) es prioridad en la crisis. Vale decir también que hubo un giro en la política cambiaria, a partir de una aún tibia recuperación del tipo de cambio real. La pregunta clave es si estas líneas de acción -bajo la égida del acuerdo con el Fondo- lograrán mantenerse en el año electoral. El pragmatismo de Massa ha hecho hasta ahora de la necesidad, virtud, y de la debilidad, una relativa fortaleza. Llevar la tasa de inflación al 3-4% mensual, un objetivo declarado por el ministro, requiere como mínimo que el ajuste fiscal y monetario siga su marcha, y aun así parece muy complejo de alcanzar si los salarios registrados y el tipo de cambio siguen viajando a velo- cidad del 6% mensual.

La continuidad del ajuste no deja espacio para los tradicionales programas expansivos en tiempos electorales, mucho menos con estos niveles de brecha cambiaria que, es presumible, no podrán reducirse en el año. La apuesta oficial es ganar competitividad electoralcon menos inflación. Pero se sabe que el ajuste y un crecimiento muy bajo no ganan elecciones. ¿Y una inflación estable del 4- 5% sí, como es el escenario más probable? Muy difícilmente también.

Dijimos en noviembre que había que pasar el verano, cuando hay menos oferta de dólares y la demanda de pesos tiende a caer. Preservar la estabilidad cambiaria en estos meses es fundamental para intentar una baja de la inflación hacia el segundo trimestre, cuando lleguen los dólares sojeros y la campaña electoral adquiera velocidad. En ese momento comenzará un nuevo partido, con mayores precisiones políticas y reclamos por definiciones económicas de la oposición, en particular respecto de la deuda en pesos, con vencimientos abultados desde julio en adelante. Las tentaciones en tiempos electorales son muchas, y casi siempre están lejos de las posibilidades fácticas.

En el pragmatismo de Massa para continuar con un ajuste silencioso y, a la vez, convencer a los propios de que es el único camino que ofrecerá la campaña radica buena parte de sus chances de evitar nuevos cimbronazos. Por supuesto, sabiendo todos, Massa incluso, que lo hay que hacer para estabilizar realmente son ingredientes que no estarán disponibles en 2023.