

Estuvo en lo cierto The Economist cuando, haciendo referencia al nivel educativo, afirmó en 2014 que: "La fortaleza de una sociedad depende principalmente de lo que está en la cabeza de las personas. Por esta razón Japón y Alemania pudieron recuperarse rápidamente a la finalización de la Segunda Guerra Mundial, a pesar que sus ciudades estaban reducidas a cenizas".
El valor económico del denominado capital "humano" es hoy cuatro veces mayor al capital físico, según las evidencias presentadas por el Banco Mundial. Este siglo es el siglo del conocimiento y de la racionalidad científica y tecnológica, ya que el mundo está cambiando al acelerado ritmo de los nuevos conocimientos.
Ya quedó atrás una época en la que la producción de bienes y la acumulación de capital estaban basadas en los recursos naturales, y hemos ingresado a otra era, en la que el conocimiento es el pilar del nuevo capital de las naciones, por esta razón es preocupante constatar que en nuestro país estamos perdiendo el tren educativo del siglo XXI, no sólo cuando vemos lo que está ocurriendo en las naciones desarrolladas, sino también en América Latina.
Esto exige prestar atención a nuestro sistema escolar, que hoy enfrenta serios problemas, como el bajo nivel de conocimientos de los alumnos, y las grandes diferencias en los conocimientos, vinculadas a las diferencias en los niveles socioeconómicos de las familias. Mientras el nivel de conocimientos de los niños y adolescentes dependa del dinero que tengan sus padres nos alejaremos cada vez más de un país no solo con justicia social, sino con un crecimiento económico.
Un buen sistema escolar asegura altos niveles de conocimientos a sus alumnos, pero además apunta a eliminar las desigualdades en los niveles de conocimientos de los alumnos que dependen del nivel socioeconómico de sus familias.
La pobreza y la indigencia se concentran en quienes tienen una escasa escolarización; según el Barómetro Social de la UCA la pobreza afectaba alrededor de la mitad de quienes no habían concluido la secundaria, pero esta proporción descendía a menos del 15% entre quienes la habían completado.
Abatir la pobreza y la exclusión social requiere una educación que haga equitativa la distribución del capital humano, ya que hoy la mayoría de nuestros pobres son "excluidos", ya que han sido expulsados de la fuerza laboral, no tienen un empleo productivo y difícilmente lo tengan aunque la demanda laboral crezca.
Cuando la pobreza es coyuntural, sí se pueden encontrar soluciones de corto plazo con planes sociales, pero cuando la pobreza es estructural como la que padecemos, son además necesarias líneas de acción que apunten a la raíz del flagelo de la pobreza con exclusión social.
Por todo esto, es un serio llamado de atención observar que existe una gran desigualdad en la graduación secundaria entre las escuelas estatales y privadas. De cada 100 niños que ingresaron a primer grado en 2006, se registraron 41 graduados secundarios en 2017.
Pero este es un promedio nacional que encubre las grandes diferencias existentes no sólo por tipo de escuela sino también por provincias. Por ejemplo, entre los que asisten a escuelas privadas esta graduación asciende a 99 en Córdoba y 76 en la CABA, mientras que en las escuelas estatales de Santiago del Estero llega apenas a 21 y en San Juan a 23.
Sin una escuela secundaria para todos la justicia social no existe. Como no hay tiempo para perder habrá que comenzar por lo más simple: cumplir el calendario escolar y no dejar la escuela sin docentes en las aulas.










