Llegó el día en que se terminó el experimento de flotar libremente. El BCRA comunicó que, a partir de ahora, controlarán la base monetaria e intervendrán activamente en el mercado cambiario. La entidad decidió la modificación con el aval del FMI, reaccionando al deterioro secuencial de la situación cambiaria. Se trata de un giro pragmático (uno más) para enfrentar una dinámica divergente. El esquema monetario-cambiario acordado con el Fondo, incluso con los ajustes recientes, potenciaba las dinámicas posibles. A pocos meses de las elecciones estábamos yendo al "equilibrio malo , con las presiones financieras trasladándose a la economía real y a la situación política.

El problema de la regla anterior es que no tenía la flexibilidad necesaria para enfrentar contingencias. El esquema de flotación libre dentro de una ancha zona de no intervención (ZNI) implicaba mucha volatilidad para el tipo de cambio. Después del congelamiento de los límites y el abandono a la opción de compras por debajo del piso, el techo de la ZNI quedaba como referencia indicativa. El problema era que la cotización podía ir hacia ese valor de a poco, escalón por escalón, o abruptamente, a los saltos. Esto último era lo que venía sucediendo, dejando a la economía a merced del ánimo de inversores y ahorristas sin que el gobierno tuviera herramientas efectivas para romper el círculo finanzas-economía-política. Eso cambió ayer.

¿Qué implica el anuncio del BCRA? De su comunicado se desprende que el tipo de cambio seguirá flotando, pero que la entidad se reserva la opción de intervenir de forma discrecional mientras se esté dentro de la ZNI (digresión: toda una paradoja que se pueda intervenir dentro de la zona de no intervención). Lo que busca el Central es darle un marco de previsibilidad al mercado cambiario. No confundir con estabilidad. Si nuestra interpretación es correcta, no se va a sostener un tipo de cambio predeterminado por tiempo indeterminado, sino que va a actuar para restarle volatilidad a la cotización de la moneda. Tratar de evitar que dé saltos bruscos y que se mueva escalón por escalón. En el fondo, se trata de acotar las expectativas de depreciación lo más posible.

Los cambios pueden funcionar, con mucho énfasis en la palabra "puede . Hablamos de posibilidades, no de certezas. Lo ideal sería que tras el anuncio las expectativas se reacomoden solas y no haga falta que el BCRA intervenga vendiendo dólares. Pero como la credibilidad del Central viene golpeada por los errores pasados y los repentinos cambios de política, posiblemente el mercado trate de testearlo. Algunas reservas posiblemente tengan que sacrificarse, con lo cual la clave estará en saber cuántas tiene disponibles y cuántas se le van a ir exigiendo a lo largo del año. Con las elecciones en el horizonte, no son pocos los preocupados en que, a pesar de poder usar el camión hidrante para apagar cualquier fuego, el tanque tenga poca agua. Consideramos que el BCRA va a tener capacidad de respuesta gracias al aporte del FMI, a costa de aumentar las necesidades financieras del año próximo. Lo cual implica, en cierto modo, poco recorrido bajista para el riesgo país. Lo urgente tiene prioridad frente a lo importante.

La necesidad tiene cara de hereje. Lograr un ancla cambiaria efectiva es clave por varias cuestiones. Primero, para minimizar los movimientos disruptivos del dólar, que son vistos por la sociedad como señal de que algo anda muy mal con la economía. Segundo, para contener la inflación, que se ha convertido en la principal preocupación social. Y tercero, porque sin tranquilidad cambiaria no hay margen para que la economía haga pie y empiece a mejorar. El verano pasado es fiel reflejo de ello. Los incentivos se alinearon, entonces, para terminar con este experimento que era flotar libremente con una economía frágil, en un año electoral y con un futuro lleno de desafíos. La volatilidad mata a la economía y a la política, razón por la cual se tomó un giro pragmático. Ahora arranca otro experimento.