Al resumir mucho el problema de la economía argentina, podríamos decir que faltan dólares y sobran pesos. La falta de dólares no es gratis, implica menos importaciones y por lo tanto menos producción y menos empleo. El sobrante de pesos tampoco lo es, significa más devaluación y más inflación.

El balance del Banco Central es mucho más difícil de entender, pero refleja exactamente eso. Las reservas netas (dólares, activo del Banco Central) son muy escasas -menos del 1% del PIB-, cuando lo recomendable para un país emergente es por lo menos 15%.

La contrapartida es una cantidad creciente de pesos, incluyendo Leliq y Pases (pasivos remunerados del Banco Central) que ya casi duplican la base monetaria y que, con las tasas efectivas que superan el 100% anual, implican una emisión adicional de pesos por intereses de más del 10% de la base monetaria por mes.

Si se suma a eso las emisiones adicionales por el dólar soja en septiembre (por comprar a $ 200 algo que el BCRA luego vende a $ 145) por otro 20% de la base monetaria, la dinámica de los pesos se acelera cada vez más.

Otra forma extrema de ver el faltante de pesos y el sobrante de dólares, aunque de discutible efecto práctico, es comparar las reservas netas con una medida amplia de pesos. Como el M3 privado: el tipo de cambio que lograría retirar todos los pesos y todos los depósitos en pesos del mercado da más de $ 5.000 por dólar, muy lejos de cualquier valor razonable para la economía.

Paradójicamente, los pesos "nominales" son cada vez más, pero los pesos "reales" cada vez menos. La base monetaria como porcentaje del PIB está en mínimos en décadas (sólo 4,5%). Aunque entender el balance del Banco Central es algo complejo, los argentinos son expertos en interpretar las consecuencias que se generan.

Si el Banco Central tiene más pasivos (reales) que activos, su patrimonio sería negativo. La realidad es esa, aunque la contabilidad muestra otra cosa porque se suman las llamadas letras intransferibles (un activo expresado en dólares por casi u$s 60.000 millones, 35% del activo) que son papeles de deuda emitidos por el Tesoro a 10 años de plazo.

Como su nombre lo indica no se pueden vender y por lo tanto no tienen un valor de mercado (se contabilizan a valor técnico, prácticamente, su valor nominal). Si esas letras se tomaran al valor de mercado de los bonos equivalentes, ya una suposición generosa, que es la que se usó entre 2018 y 2019, el Patrimonio del BCRA sería fuertemente negativo por unos u$s 33.000 millones.

Pero además de inflar el Patrimonio contable, las letras intransferibles generan la ficción de mostrar ganancias contables por el efecto de la devaluación sobre ese activo en dólares y así poder transferir utilidades inexistentes al Tesoro.

Las ganancias contables en lo que va del año (hasta septiembre), antes del ajuste por inflación son unos $ 500.000 millones ($ 75.000 millones ajustados por inflación), incluyendo las pérdidas por unos $ 300.000 millones del "dólar soja" (por contabilizar dólares a un precio menor al pagado). Sin la revaluación de las letras intransferibles por la devaluación del peso, las perdidas reales, incluso antes del ajuste por inflación, serían de $ 2 billones (si, con "b"). Es decir, no habría nada para transferir en 2023 y el Patrimonio sería cada vez más negativo.

Pero el "dólar soja" superó largamente los USD 5 mil millones esperados (más de USD 7 mil millones). Con eso las reservas netas dejaron la zona del cero, pero terminaron septiembre todavía por debajo del 1% del PIB. Buena parte de los ingresos fueron adelantos de lo que se hubiera liquidado hasta fin de año, por lo que a pesar de las expectativas de ingresos de dólares de organismos internacionales, no se espera que la situación en diciembre sea holgada. Y desde el punto de vista monetario, y de los resultados reales del BCRA, las noticias no son buenas.

Transferir utilidades en 2023 en este contexto, con un Banco Centralvirtualmente en bancarrota y con pérdidas sustanciales en el día a día, luce al menos irresponsable. Las soluciones monetarias y cambiarias implican primero reconocer el problema, luego dejar de agravarlo y finalmente ser muy perseverantes en el largo camino de la reparación, lo que supone eliminar el financiamiento monetario del déficit como primera medida.