Tenía que ser él. Hasta ahora, su carrera había sido descomunal, extraordinaria, brillante, fabulosa, insuperable... Todos los adjetivos que a uno se le pudiesen ocurrir. Pero había uno que le faltaba: gloriosa. Esa sacra unción de leyenda, de eternidad, que confiere levantar una Copa del Mundo. Ese gran pendiente, herida en el orgullo, el alma, que estigmatizó a Lionel Messi durante casi 20 años. Si la tercera es la vencida, esta vez, fue la quinta. Con dos goles en la final, además, logró su gran conquista, tal vez, la que más faltaba y él mismo necesitaba para tener al mundo, definitivamente, a sus pies. Messi, en su hora más gloriosa.

Generacionalmente maradoneano, marcado a fuego por las gestas de México e Italia, quien esto escribe es uno de los tantos argentinos que más de una vez dudó de él. Que le cargó la cruz de ser el hijo de D10s y lo apedreó en cada pasos al Gólgota de la derrota. "Que se vaya al Barcelona". "Le pesa la camiseta de la Selección". "No es líder". "No tiene carácter". "Le falta el fuego sagrado". "Desaparece en los momentos claves". "No se siente argentino...". Tantas, y tantas excusas proferidas, con seguimientos de cámara personalizados para ver si cantaba (o no) el himno o cuándo se ponía los dedos en la boca para provocar la arcada. Crucificado una, cien, mil veces, tuvo, finalmente, su Domingo de Gloria. Ya no fue el falso profeta, sino el Messías.

No hubo último tango en París. Terminó Francia bailando al 2x4. Durante 70, 80 minutos, si hubo imperio, fue del fútbol: pelota al pie, marcas firmes, pierna dura y contragolpes punzantes. Uno, dos toques. Como la secuencia que culminó en el gol de Di María, fideo que se nutrió de malas pero que no se quiebra en las finales.

Había sido impecable el partido de La Scaloneta. Gran planteo de ese cuerpo técnico que lidera Lionel Scaloni, el crédito de Pujato, que combina la desdramatización del fútbol que pregonaba Menotti con el pragmatismo de Bilardo de plantear cada partido según el rival y cambiar el dibujo táctico.

Pero la Argentina es la Argentina. Y el sufrimiento es parte del Ser Nacional. Un penal evitable detonó la revolución del rival. Un suspiro después, la guillotina de Mbappe -verdugo frío, letal e implacable- abrió el Terror. Un período que, salvo el breve lapso en el que Messi -otra él- reavivó el sueño, se extendió hasta el final del alargue.

Estaba escrito. La tercera no tenía que ir a París.Hay arquero y se llama Emiliano Martínez. Le dicen "Dibu". Inmenso para ahogar lo que hubiese sido la coronación francesa en la agonía de esa agonía que fue la final. Colosal para, otra vez, ganar el duelo mental y comerse a quien lo enfrente desde 12 pasos.

"Sé que la gente está pasando un mal momento económico. Me pone feliz darles esta alegría", había dicho el Uno (que usa la 23) después de los penales contra Países Bajos. Centro para los cazadores de casualidades. Jueves 8 de junio de 1978, dos días después del triunfo contra Francia en La Fiesta de Todos: "El costo de vida aumentó un 8,7%". Viernes 27 de junio de 1986, a 48 horas de la final contra Alemania en el Azteca: "Sourrouille: no habrá maxidevaluación". Los diarios de esos días también informan sobre listas de precios y aumentos de tarifas y combustibles. Como los de hoy. Que también titulan: "¡Argentina campeón del Mundo!".