

Realmente no sabía qué esperar cuando llegué a Provo, Utah. Sabía que muchos eran seguidores y fieles de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, es decir, mormones, y allí estaba para visitar la Brigham Young University, más conocida como la Universidad Mormona.
Mitt Romney se graduó aquí en 1971. Estaba visitando esta casa de estudios para analizar cómo ven ellos a uno de sus alumnos más famosos, y si la gente lo votaría a él solamente por compartir sus tradiciones religiosas, pero permítanme reflexionar sobre mi visita a la universidad.
Yo fui a la universidad en Leeds (Inglaterra) durante los años 80. Era un período de agitación política; el “Thatcherismo” estaba en su punto más alto, hacíamos manifestaciones y “sentadas” pacíficas. La unión de los estudiantes era un caldo de cultivo para el activismo político. La mayor parte de las grandes escuelas europeas eran así durante esos días, mientras nosotros luchábamos por todo.
El campus de la Brigham Young University es un mundo aparte, desde mi experiencia; edificios nuevos, leyes hechas a medida y millones de flores para embellecer el panorama. La torre nos hace saber que se trata de una institución religiosa. A las 12 en punto, comienzan a sonar una serie de himnos encendidos como parte del repertorio elegido para que suenen durante las campanadas.
Cuando conocí al staff y a sus estudiantes, sentí las diferencias de manera casi inmediata. Las inquisiciones formales para saber si “deseaba tomar alguna bebida” me hacían pensar para mis adentros antes de responder algo así como “si, café sería genial”. La universidad sigue una estricta interpretación sobre el código mormón y la cafeína está prohibida dentro del campus. Nervioso, no podía pensar en otra cosa rápidamente además de “agua estaría bien”.
Los estudiantes aquí viven como en una atmósfera diferente. Viéndolos caminar alrededor del campus parece como si todos se hubieran traído sus mejores prendas de J. Crew, Gap o alguna otra tienda. No tiene nada de malo, claro. Son prolijos, limpios, y sí, todos sonríen.
Sí, sonríen. La mujer del puesto de helados sonríe. Los guías que me acompañan por la universidad sonríen. El alumno que me entregó un ejemplar de la literatura mormona sonríe. Fue difícil imaginar si alguno de estos impolutos alumnos podría romper en un mar de obscenidades al golpearse un dedo o dejar caer un plato.
Respetables y respetuosos, es la mejor manera de describirlos y por una muy buena razón: todos firmaron el Código de Honor.
El código requiere que, entre otras cosas, sean honestos, auténticos, vírgenes, benevolentes y virtuosos. Hay carteles con recordatorios en los pasillos más populosos del recinto que anuncian “nosotros seguimos el código de honor” y solicita a los visitantes que sigan los estándares de etiqueta y vestimenta establecidos. Cuando sugerí que habría mucho tiempo en el futuro para seguir estos lineamientos y que los años escolares estaban diseñados para caer en la rebeldía, mi guía me dio una mirada contemplativa que interpreté como “ya sabemos lo que vas a decirnos” e incluso, de una manera muy educada, me explicó que hay muchas escuelas para eso, y que esta era una institución mormona para aquellos que desearan vivir ese estilo de vida.
Vivir el estilo de vida mormón es un pilar en esta escuela. En la BYU hay muchos que se toman de las manos (solo entre hombres y mujeres), que comparten besos “castos” y largas miradas entre sí. Sé que las creencias mormonas prohíben el sexo antes del matrimonio, pero de alguna manera me imaginé que eso significaba que no habría relaciones entre ellos y que por consecuencia, no habría ningún tipo de contacto físico. Pero ahora me estaba dando cuenta que era víctima de mis propios preconceptos y prejuicios sobre su fe y sus creencias.
Y caí en la cuenta. Habiendo pasado tanto tiempo como minoría – depende de dónde hubieran crecido – para muchos estudiantes de la BYU esta era la primera vez que eran una mayoría. No necesitaban explicarle a los demás por qué no tomaban alcohol, por qué no decían groserías o por qué no les interesaba vestir jeans rotos que les permitieran mostrar la cola. En la BYU todos sabían porque y creían lo mismo que ellos. Lejos de ser restrictivos, esta homogeneidad fue la libertad que siempre quisieron tener.
Pero había momentos en donde pensaba qué tipo de experiencia de vida tendrían estos estudiantes y qué ganarían aquí. Y me preguntaba cómo sería para una persona descubrir que era gay y querer explorar su sexualidad, o qué pasaría si una estudiante quedara embarazada o si cae en la bebida y las drogas. ¿Cómo sería para una persona sentir que no encaja?
Disfruté mi visita a BYU. Mi guía fue encantadora durante todo el recorrido, incluso se tomó con mucho humor mis impertinentes preguntas. Lo que más me llamó la atención fue que esta era una escuela que a primera vista se sentía muy familiar pero debajo había un mundo aparte distinto a cualquier otra escuela que hubiera visto antes.













