“¡Equipazo los 20!”, fue el grito de júbilo que inmortalizó Patricia Bullrich en la red social X, bien entrada la noche del viernes y con un recinto del Senado que lucía (casi) desierto. Los festejantes eran todos libertarios. En los pasillos de la noche del Congreso no estaba Karina Milei, pero estaba Martín Menem, uno de sus hombres de mayor confianza. El elenco de rostros aliviados lo completaba Diego Santilli, que presenció en tiempo real cuan efectivas habían sido sus horas de conversaciones con distintos gobernadores dispuestos a oír las necesidades del poder central y a demandar en consecuencia.

La inercia de la victoria electoral de octubre y la fragmentación opositora le alcanzaron al Gobierno para sacar las leyes de Presupuesto e Inocencia Fiscal por márgenes holgados en la Cámara Alta. Sin embargo, nada estuvo exento de contratiempos. Las últimas semanas de diciembre llevaron a Milei a someterse a una reducción a escala del subibaja legislativo que ha marcado sus dos años de gestión. En este caso, las turbulencias para La Libertad Avanza en Diputados fueron seguidas por un soft landing en el Senado, para cerrar el año de manera óptima.

En el medio, el oficialismo se interesó en exhibir un desplazamiento de sus pulsiones más pasionales e identitarias. Esto lo demostró no sólo al ingresar en el juego de la “rosca” parlamentaria tradicional para asegurarse las mayorías para sus proyectos, sino también en el reparto de cargos para la Auditoría General de la Nación (AGN) con el peronismo. Lo que no está claro aún es si la plasticidad negociadora se volverá un rasgo más constante en el Gobierno en la etapa que sigue o si seguirá apareciendo de manera episódica, frente a la necesidad de evitar que los conflictos se espiralicen, como ha ocurrido en buena parte del mandato.

El 2026 comienza con algunas incógnitas importantes si pensamos en la agenda de sesiones extraordinarias en febrero y las ordinarias que se sucederán a partir de marzo, pero también si posamos la mirada sobre cierta tendencia que sufrieron las últimas dos presidencias anteriores a Milei. En cierta forma, los terceros años de gestión se han convertido en vitales para el destino de Mauricio Macri y de Alberto Fernández, ninguno de los cuales pudo obtener su reelección.

En el caso de Macri, el 2018 significó la pérdida del control efectivo sobre los efectos de sus acciones de gobierno. La victoria en las elecciones intermedias no implicó una apertura en la coalición originaria de Cambiemos, sino que fue leída como una legitimación a la pureza de la conducción cerrada del Pro, bajo una presunción hiperoptimista de las chances que ese camino generaría. La precipitación de un sudden stop (freno abrupto de la entrada de capitales) y la búsqueda de financiamiento con el FMI terminaron condicionando el margen de maniobra económico y político de Macri hasta el final de su estadía en la Casa Rosada.

NOTICIAS ARGENTINAS
BAIRES, DICIEMBRE 25:El oficialismo buscará sancionar mañana desde las 12 en el Senado el proyecto de Presupuesto 2026 y la ley de Inocencia Fiscal, aunque la única duda reside en si logrará los votos para blindar el artículo 30 sobre el financiamiento docente y de la ciencia. FOTO NA: (ARCHIVO) JUAN VARGAS
NOTICIAS ARGENTINAS BAIRES, DICIEMBRE 25:El oficialismo buscará sancionar mañana desde las 12 en el Senado el proyecto de Presupuesto 2026 y la ley de Inocencia Fiscal, aunque la única duda reside en si logrará los votos para blindar el artículo 30 sobre el financiamiento docente y de la ciencia. FOTO NA: (ARCHIVO) JUAN VARGAS

Para Alberto Fernández, el 2022 fue el momento de la aceleración de un proceso de pérdida de poder que lo subsumió a una actuación de reparto en medio de una crisis económica sin frenos. Ciertamente, bajo el antecedente de un oficialismo que venía de perder las elecciones legislativas, lo que magnificaría las internas feroces entre las distintas facciones del peronismo.

Con las salvedades de los tipos de liderazgos y de los contextos que rodean a cada situación, una lectura atenta de estos antecedentes lo llevarían al Presidente de la Nación a evitar caer en el sesgo hiperoptimista del macrismo y en las internas autodestructivas del peronismo. Si el Gobierno quiere poner en marcha reformas, deberá maximizar las oportunidades que se le presenten el año próximo, construir sobre sus virtudes e ir en la búsqueda de la fortuna.

Más allá de eso, será preciso que internalice que ninguno de los cambios que pretenda impulsar se agotan en eventuales mayorías legislativas. Las reformas requieren un acompañamiento de políticas públicas que materialicen lo escrito en las leyes y funcionarios competentes que las ejecuten. Asimismo, se vuelve igual de relevante el sostenimiento de los cambios en el tiempo, para lo que se necesita del auxilio de un entorno institucional robusto, con un servicio de justicia que empiece a volverse más confiable para el ciudadano. Todo esto representa una tarea compleja que no cuenta con procesos lineales ni retribuciones inmediatas.

En definitiva, el año que viene será determinante para Milei, en particular, y para toda una experiencia de poder, en términos más generales. La suerte de la reforma laboral será importante en términos simbólicos para LLA, pero también para la oposición, que tiene la capacidad de frenar o moderar ciertas iniciativas, aunque carece de narrativas movilizantes para contraponer al discurso libertario. Tanto las preocupaciones como las expectativas ciudadanas van mutando y gran parte del futuro del oficialismo estará determinado por la capacidad de otorgar resultados en la agenda de demandas que dominen el 2026.