

Cuando la economía es usada en una campaña electoral, puede convertirse en un arma de doble filo. Sobre todo en la Argentina, un país que probó todas las recetas, sin que necesariamente haya habido un alineamiento ideológico entre los gobiernos que las aplicaron y los instrumentos de los que se valieron para ponerlas en marcha.
La demonización de los 90, por ejemplo, ofrece algunas peculiaridades. Los heterodoxos que hoy cuestionan la convertibilidad, por ejemplo, no aceptan que la política cambiaria de los últimos años terminó generando resultados similares (aunque ese no fuera su propósito). El peso caro del 1 a 1 dificultó exportar y destruyó a las economías regionales tanto como el atraso cambiario actual, que tuvo un disparador diferente, como fue la suba de los costos internos por la inflación. En la era Menem, los dólares necesarios para balancear el consumo importado y el "deme dos" de esos años venían de la inversión de las privatizadas y la emisión de deuda. Hoy, el juicio buitre y la bandera del desendeudamiento cerraron esa puerta. En lugar del blindaje de De la Rúa o el megacanje de Cavallo, se apeló al swap chino. La primera historia terminó en default. La segunda, por suerte para todos, no tiene tan mal pronóstico.
Hasta el uso de la imagen de Martínez de Hoz (asociada por el kirchnerismo a Macri) puede jugar en contra. Varios economistas aseguran que el tipo de cambio real actual ya perforó el nivel de la famosa "tablita". Como se ve, nadie está del todo libre de que le tiren una piedra del archivo por la cabeza.













