

El mundo actual transita su nueva normalidad. La incertidumbre sobre las posibilidades de expansión de China y Brasil así como la expectativa sobre el incremento de las tasas de interés, el fortalecimiento del dólar y la consecuente presión a la baja de los precios internacionales, redundarán en una desaceleración en el crecimiento. El viento de cola que tanto ayudó a los países exportadores de bienes básicos habría llegado a su fin. Sin embargo, existe consenso de que luego de un debido reacomodamiento, los emergentes seguirán apuntalando el crecimiento global. Así, para nuestro país se presentarán nuevas oportunidades que sólo generarán mayor prosperidad si logramos generar un crecimiento económico sostenido y equitativo.
La ausencia de las externalidades positivas hace imprescindible que para retomar la senda del crecimiento debamos trabajar en la mejora de nuestra competitividad. Esto constituye un factor clave dado que es un hecho que los países más competitivos son aquellos que exhiben los más altos niveles de ingreso per cápita y logran una mayor equidad. Un país es considerado competitivo cuando posee las condiciones para que empresas y emprendedores compitan exitosamente en el escenario global, generen empleo, inversiones e innovación y ello motorice la prosperidad de su población.
La Argentina ha dejado de ser competitiva hace muchas décadas. En este historial, también se verifica un paralelismo, una relación causa-efecto, por la cual nuestra competitividad ha sido tan decepcionante como nuestro desempeño económico. De acuerdo a los rankings más prestigiosos, hoy nos ubicamos entre los países de bajo nivel de competitividad. Esa situación debe ser definitivamente revertida. La mejora de nuestra competitividad deberá ser asumida como política de Estado.
Para dirigirnos al camino del desarrollo deberemos exportar e importar mucho más (ser un país más abierto), incrementar el ahorro y la inversión y recrear el mercado de capitales. Ello a su vez, tendrá su impacto positivo en forma natural y sustentable, en el consumo y en la equidad. Deberemos alcanzar mejoras significativas, sistemáticas y continuas en nuestros factores de competitividad y de esta manera generaremos las condiciones para que empresas y emprendedores sean significativamente más productivos.
Necesitamos construir un plan integral para la competitividad en el cual se articulen el Estado, en su rol de regulador, las empresas, los emprendedores y la sociedad civil (fundamentalmente los sindicatos y los partidos políticos).
Se trata de instalar procesos que implicarán la transformación progresiva de la cultura, los valores, las leyes y regulaciones y las conductas de los actores sociales. Deberá apuntarse a ganar mejoras de productividad con eficiencia, tecnología e innovación, en cada sector y cadena de valor que se identifique como oportunidad. Los cambios no serán inmediatos, pero serán progresivos y alentadores. Es hora del primer paso.










