La palabra que trasciende al Plan de Reparación Histórica de los Ahorros Argentinos no va a figurar en ninguna ley o decreto. Se llama confianza y es un factor que, a diferencia de un blanqueo de capitales, no depende de ni costos ni de beneficios. Por eso el ministro Luis Caputo hizo bien en no arriesgar un resultado sobre el paquete presentado ayer en la Casa Rosada. No hay que esperar impacto en las reservas, ni tampoco una multiplicación del consumo. No, al menos, con el cambio de reglas puesto sobre la mesa.
Si los argentinos tardaron cerca de tres décadas para acumular al menos u$s 150.000 millones en billetes, no van a echarlos a rodar de un día para otro. El deseo de proteger los ahorros en una moneda extranjera creció después del descalabro económico que provocó el Rodrigazo, y de los dos estallidos inflacionarios que debieron soportar Raúl Alfonsín y Carlos Menem. La convertibilidad fue un remanso pero su final espantó a miles de ahorristas del sistema financiero.

La decisión del gobierno de Javier Milei tiene un propósito definido: reponer reglas de juego que se ajusten a una nueva normalidad, pero hay que decirlo: el escenario en el que ese marco se vuelva real y cotidiano forma parte de un país que todavía no llegó. La cantidad de normas absurdas que sobrevivían a décadas de intervencionismo estatal permanecían ocultas en los pliegues del digesto legal argentino. Elevar umbrales, quitar regímenes de información innecesarios, liberar a los consumidores de justificar todo el tiempo sus compras, es un beneficio que también alcanzará a bancos, comercios, inmobiliarias, escribanos y cualquier otro rubro de venta de bienes durables. Si la Argentina todavía tiene más de un tercio de su economía en negro, es evidente que las reglas que se aplicaban hasta ayer eran letra muerta.
El anuncio de ayer es el comienzo. Quedan reglamentaciones y también adecuaciones a normas internacionales, como las del GAFI, claves para evaluar las operatorias propuestas. Hay otras opciones que se estudian, como encontrar una fórmula que permita comprar con dólares en cuotas pero sin usar la tarjeta de crédito. También queda resolver un mecanismo que permita detraer -sin mucho trámite- los impuestos en pesos cuando se cancelen operaciones con moneda extranjera.
La confianza que demanda esta fase tiene un aliado: los más jóvenes tienen en su cabeza una menor carga negativa sobre los daños que ha causado el Estado en el pasado, con sus crisis recurrentes y la constante pérdida de valor del peso. Si la inflación baja, la economía se estabiliza y las oportunidades crecen, el colchón volverá a ser usado para lo que fue creado.
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