

En el mes de noviembre el IPC nos dio una sorpresa a todos. Cualquier número que empezara con 5 era lo suficientemente bueno para mostrar una desaceleración importante de la inflación.
Pero empezó con 4 y se sostuvo en diciembre bajo el marco del programa de precios justos que sigue sumando empresas adherentes que encuentran en la previsibilidad anticipada de los aumentos de precios, así como en el acceso a los dólares oficiales de BCRA, los incentivos necesarios para permanecer.
Si efectivamente la inflación sigue un proceso descendente y alcanza un nivel entre tres y cuatro por ciento hacia fines del primer trimestre, el equipo económico habrá conquistado una de las batallas más importantes en el camino que le devuelva al FDT competitividad electoral en 2023. No es poca cosa.
Una inflación a la baja es lo único que puede garantizar que al menos en el último año de mandato de este gobierno, los salarios puedan ganarle a los precios y los trabajadores perciban realmente que esas cifras astronómicas que se negocian en las paritarias terminan reflejándose en un mejor poder adquisitivo. Pero eso no será suficiente.
La madre de todas las batallas se juega en el escenario de la actividad económica que regula el estado de ánimo de empresarios y consumidores. Y dada la matriz productiva que tenemos en Argentina, para el crecimiento del PBI se necesitan dólares disponibles y competitivos para las importaciones industriales.
Si Sergio Massa logra convencer a sus pares en China y Brasil (bajo la presidencia de Lula de Silva, a partir del próximo domingo) para que se instrumenten SWAPS de uso efectivo para el intercambio comercial entre las dos mega potencias más representativas de nuestro comercio internacional, tendrá resuelto buena parte del problema; el dólar soja 1 y 2, por su parte, fueron los primeros instrumentos de alta efectividad que lanzó durante los últimos meses de este año buscando consolidar las reservas líquidas con los mismos fines.
Juntando entonces quince mil millones de dólares de todas estas fuentes podría animarse a un desdoblamiento formal del tipo de cambio que le permitiría cuidar los dólares oficiales y privatizar el uso suntuario de las divisas. También sería una forma de institucionalizar el esquema del dólar soja de una forma más sustentable y previsible.
Este esquema generaría un efecto virtuoso de confianza que podría derivar perfectamente en algunos meses vista (¿para las PASO?), incluso, en una unificación del tipo de cambio libre y flotante, toda vez que sería muy esperable un descenso de la brecha gradual pero sostenido. Si todas estas cosas se ejecutan bien y el régimen de lluvias se regulariza como parece insinuarse en las últimas semanas, es probable que la cosecha gruesa no sufra consecuencias demasiado significativas en las reservas internacionales. Y es en este contexto de piezas complejas pero articulables donde un crecimiento de la actividad económica del 3% emerge con cierta probabilidad.
De verificarse este escenario, tres años consecutivos de alza en el PBI con récord de mínimos históricos en los niveles de desempleo y una inflación mensual distante aún de los valores deseables pero lejos de los valores desatados que vimos en buena parte de este año, podría configurarse una constelación que le devuelva al peronismo la esperanza de competir de igual a igual con el frente opositor que hasta ahora parece tener casi todos los billetes para sacar la lotería













