Chat GPT: el poder de la palabra
La llegada de ChatGPT, el chatbot de OpenAI, encendió la alarma: vivimos amenazados por una inteligencia anónima que sabe más sobre nosotros que nosotros mismos. Pronto nos reemplazará y seremos obsoletos. Y va rápido: nada parece detener su marcha.
Escuché a Mariano Ruani decir que la dinámica de la innovación tecnológica tiene forma de ola: inicia con un progreso lento, que parece decepcionar las expectativas. En determinado momento, la curva de innovación se acelera exponencialmente y nos parece que conquistará el mundo y cambiará para siempre la forma en que nos relacionamos. Pero todas las tecnologías encuentran su techo. Entonces se inicia una nueva curva: surge otro quiebre y una nueva aceleración hacia otra tecnología.
En medio de esta aceleración del ChatGPT, hay un elemento que es especialmente inquietante para quienes nos dedicamos a la comunicación: el Chat GPT se apropió de la palabra. Hasta hoy las transformaciones tecnológicas podían ser explicadas manteniendo cierta distancia. Alguien podía contar la tecnología, por fuera de la tecnología. Pero ese tiempo del narrador aséptico terminó. La palabra nos había ayudado a narrar fenómenos complejos, pero no a interactuar con ellos. Ahora la palabra está dentro de la transformación.
Estamos frente a una tecnología que no necesita narradores, porque se puede explicar sola: la tecnología es la narración. La revolución es la palabra. Y la palabra es la materia prima de nuestro oficio. Los comunicadores lo sabemos bien: las palabras tienen poder. Usamos palabras para conectar personas y organizaciones. Con palabras negociamos los consensos que nos permitirán construir acuerdos, incluso crear sociedades. Explicamos con palabras lo que nos pasó ayer, lo que haremos esta noche. Nos conectamos con palabras, y tomamos decisiones en base a lo que nos decimos o escribimos. Creamos organizaciones, libros sagrados, organizamos culturas. La palabra tiene el poder de hacernos sentir parte de algo.
Nuestras opiniones nunca fueron totalmente libres. Estamos influidos por la cultura en la que vivimos, por los artículos de los periodistas que leemos, los perfiles de redes sociales que seguimos, etc... nos orientamos en el mundo obedeciendo leyes culturales tácitas, que no necesariamente son ciertas, pero que nos organizan y nos ayudan a tomar decisiones ¿Cuáles serán nuestras opiniones cuando la única ley que sigamos sea la ley del algoritmo? ¿Qué sociedad tendremos cuando los acuerdos de convivencia entre humanos surjan de una inteligencia no humana?
Porque si bien se nos parece, la inteligencia artificial no piensa como nosotros ni sigue nuestro proceso de razonamiento. Se equivoca, pero no como lo haría cualquier persona: puede afirmar rotundamente algo absurdo. Porque no busca la verdad. No le importa el bien común. Trabaja con estadísticas. Y no se cansa. Llegado a este punto, es necesario empezar a desafiar el nuevo rol de la comunicación y proponer de qué forma seguiremos trabajando con la palabra, ahora que se ha convertido en un territorio en disputa. Quisiera creer que publicar artículos como este ayuda a destrabar algunas primeras reflexiones. Porque convengamos que no tiene mucho sentido sospechar que este contenido es, en realidad, la respuesta del chatbot al comunicador que firma y que en realidad lo único que hizo es pedirle un texto de 3424 caracteres que respondiera al título "Chat GPT: el poder de la palabra".
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