

Una fidelidad asombrosa con lo que constituye el desafío principal de su incipiente gestión marcó el mensaje que Alberto Fernández pronunció en su primera incursión presidencial en la apertura de sesiones del Congreso: la urgencia por llevar a buen puerto de la renegociación de la deuda pública externa, como condición insoslayable para sacar a la economía argentina de lo que definió como una "situación dramática de destrucción".
Ese reto concentró buena parte de la agenda temáticaque enarboló el discurso del mandatario, mezclado con los anuncios de sus proyectos para reformar la justicia federal, legalizar el aborto y poner en marcha el tan deseado Consejo Económico y Social.
Hubo si espacio para las críticas a la administración de Cambiemos, sobre todo cuando machacó con cuestiones vinculadas a la 'herencia recibida', aunque la gestualidad como las palabras evidenciaron un distanciamiento importante del tono confrontativo más tradicional del kirchnerismo.
Como en su asunción en diciembre, Alberto Fernández optó otra vez por mostrarse como un equilibrista, como quien dice marcar un rumbo distinto desde la superación del revanchismo y las divisiones. La idea-fuerza de apostar a la impronta de la ecuanimidad, tal vez más por una necesidad política que por convicción, estructuró el sentido de su mensaje, que se prolongó durante 80 minutos y hasta incluyó en cuatro oportunidades la palabra "equilibrio".
A su lado, Cristina Fernández de Kirchner escuchó con atención la prédica presidencial. Sonrió en muy pocos pasajes y privilegió una imagen de seriedad y distancia del mandatario. No se repitieron esta vez los gestos afectuosos ni las risas y comentarios cómplices que ambos intercambiaron apenas 81 días atrás, cuando asumió el gobierno de Todos.
Tampoco el matiz de prudencia que el Presidente eligió imprimirle a su plan de medidas más inminentes como a la definición de las peleas que está dispuesto a dar en los próximos meses debe haber conformado del todo a los espacios más combativos de la coalición oficialista.
Lejos de quienes aguardaban por una fuerte ofensiva de la Casa Rosada contra el campo, Alberto privilegió el llamado al diálogo con las entidades para intentar consensuar el alcance de la suba de las retenciones.
Lo mismo emergió en el anticipado envío al Parlamento del proyecto de ley de legalización del aborto, el anuncio que más entusiasmo generó entre el auditorio de legisladores de pañuelos verdes que colmaron el recinto de Diputados. Y otra vez en un esfuerzo por evitar el conflicto con la Iglesia y los sectores pro-vida, sumó la decisión de crear el denominado Programa de 1000 días para asistir a las madres y recién nacidos de bajos recursos.

Highton y Rosenkrantz escuchan a Alberto
La Justicia, y sobre todo el fuero federal, representaron el único adversario al que el presidente parece decidido a dar pelea. La pretenciosa reforma judicial que anticipó bajo el argumento de "desterrar las componendas entre el poder político y judicial, y terminar con las falsas causas, las arbitrarias detenciones y la designación de jueces amigos", sumado a la embestida para poner fin a las jubilaciones de privilegio de magistrados y fiscales, acapararon el tono más confrontativo del discurso.













