Un sistema impositivo progresivo para una sociedad más justa
Los impuestos constituyen la forma más pacífica que encontraron las sociedades modernas para redistribuir la riqueza y construir sociedades más igualitarias. Sin embargo, designar quiénes tienen que pagarlos y la medida de los mismos, siempre es motivo de disputa. Es que los impuestos no son una cuestión técnica, sino esencialmente política, porque constituyen el arma más poderosa para alcanzar un destino común, aquel que aglutina los anhelos y los sueños del porvenir de una comunidad.
La difícil situación que atraviesa nuestro país con el creciente aumento de la pobreza y de la desigualdad, además de interpelarnos como sociedad, representa un enorme desafío para la política económica y el sistema tributario, y conlleva la necesidad de revertir esa dramática iniquidad.
La reducción de la carga fiscal que efectuó el gobierno saliente profundizó el déficit fiscal volviendo aún más regresivo el sistema impositivo, cuya estructura preponderante con impuestos al consumo, tampoco fue revertida en el pasado por los gobiernos más progresistas.
Sobre los impuestos siempre hay dos miradas: aquella más liberal que los ve como un obstáculo para la actividad económica y las inversiones en general; y otra más utilitaria, que los entiende imprescindibles como herramienta de regulación económica y de distribución de la riqueza, sobre todo en momentos de crisis.
Las declaraciones del presidente electo parecen claramente orientarse en esta última dirección, sugiriendo repotenciar las cargas fiscales sobre los sectores más acomodados, bajo la idea de que la progresividad tributaria es la clave que permitirá por una lado, obtener recursos con los que hoy no se cuenta, y por otro lado, alcanzar una sociedad más igualitaria.
En el marco de una crisis tan profunda como la actual donde no se avizoran motores de crecimiento en el horizonte, y con demandas sociales crecientes, no existe margen para no utilizar cualquier recurso disponible que tienda a contener la situación, repotenciar la progresividad en la recaudación de tributos y tender a reducir los altos niveles de concentración existentes en nuestra economía.
La implementación de un impuesto a las grandes fortunas—recordemos que hoy ya existe un impuesto sobre los bienes personales, en el que se evade mucho y recauda poco— es una de las posibilidades que se analizan. Pensamos que de aplicarse debería gravar tanto a las personas físicas como a las jurídicas, evitar exclusiones en la conformación de la base, considerar valuaciones homogéneas de mercado, diferenciar el tratamiento para los bienes en el exterior, y que los pasivos sean descontados a fin de medir correctamente esos patrimonios. El gravamen debiera incidir sobre grandes patrimonios, y tal vez una alícuota simbólica para los pequeños, con fines de nutrirse y mejorar la información, ya que el reducir la evasión también produce sociedades más igualitarias.
En relación al impuesto a las ganancias, trascendió la posibilidad de modificar las tasas para las sociedades, diferenciando la alícuota entre las grandes y pequeñas empresas, lo que es consistente con la idea de progresividad. Tal vez unos de los puntos positivos de la reforma tributaria en términos de equidad—pero fuertemente cuestionado por los economistas más liberales—, fue la incorporación de algunas rentas financieras antes marginadas de la imposición. Es que resulta incomprensible que el capital financiero, que constituye el principal reservorio de valor donde se depositan las riquezas del mundo, quede marginado del sistema tributario.
Así como el siglo XX vio nacer el impuesto a las ganancias como instrumento más igualador, y el impuesto a la herencia, también trajo consigo el flagelo de la inflación que hasta entonces era desconocida. Una mirada panorámica sobre ese siglo, expone con crudeza que las guerras y las crisis fueron las grandes parteras de la historia en términos de distribución de riqueza y de progresividad impositiva.
En el presente, el tránsito por un orden socialmente injusto donde la riqueza se encuentra mal distribuida tal vez sea la oportunidad parar tender a generar un modelo fiscal más progresivo, no solo por los recursos fiscales tan necesarios que el mismo genera, sino también por los efectos que sobre la economía y en términos de igualdad el mismo produce.
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