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Las angustias de la CGT las puede calmar más el Fondo que el Gobierno

El paro general de la CGT es un movimiento táctico y político, apoyado en un reclamo económico inevitable. La huelga fue lanzada después de que la cúpula sindical fuera escrachada por haberse reunido con la misión del FMI. No podía quedarse callada frenta a la izquierda y el moyanismo. El Gobierno intentó un diálogo innecesario, porque nadie tenía ni cartas no deseo de negociar. Las gestiones para acercar posiciones vendrán después del martes.

Cambiemos y la CGT tienen que resolver primero una cuestión de interlocutores. Antes la voz cantante la llevaba Mario Quintana. Ahora ese rol lo debe ejecutar Dante Sica, junto a su antecesor formal como secretario de Trabajo, Jorge Triacca. Esa dupla está en observación: hay estilos y roces que aún deben nivelarse. A Sica le gusta el estilo constructivo de los sindicatos automotrices, a los que conoce muy bien.

Si logra transmitir la idea de que la industria va a ser una de las primeras en repuntar tras la devaluación, y que la principal amenaza en materia de empleo lo padece la construcción (que depende de que la banca respalde a los PPP una vez que el FMI renueve el acuerdo), tal vez consiga reencausar la relación. El transporte, un actor clave en la medida de fuerza de mañana, hará paro pese al esfuerzo que implica para Vidal y Larreta asumir parte del costo de los subsidios que hoy sostiene por completo al sector. Los movimientos sociales también se manifestarán pese a que serán beneficiarios de un refuerzo presupuestario ya previsto.

El Gobierno tiene algunas respuestas. Lo que debe hacer ahora es trabajar la relación para que no lo sorprenda otra golpe duro antes de fin de año. La baja del riesgo país y del dólar hoy ayudan, pero no hay garantías de que lo harán siempre.

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