Después de la deuda, hay que atacar la inflación

En el mandato de Alberto Fernández la Argentina se habrán ahorrado u$s 26.300 millones de vencimientos de deuda tras el exitoso acuerdo con los bonistas privados alcanzado esta semana. Si, como todo indica, tampoco quedará un remanente significativo de holdouts que signifique riesgos legales relevantes, el horizonte financiero ha comenzado a despejarse y el gran nivel de incertidumbre sobre la disponibilidad efectiva de dólares en una economía que toma gran parte de sus decisiones en esa divisa puede reducirse de forma sensible. 

Sin dudas, es la mejor noticia de los últimos años y llega en el momento indicado, cuando el gobierno debe decidir los pasos que dará en la reconstrucción pospandemia. El arte de una buena política económica estará en cómo aprovechar las ventajas que está ofreciendo esta adecuada reestructuración, como el respiro en los mercados financieros, en especial el dólar, y la posibilidad de potenciar proyectos de inversión privada en áreas estratégicas, como el gas y el petróleo, la construcción privada y las diversas cadenas agroalimentarias, entre otros. 

Estos sectores garantizan tres condiciones básicas para la gobernabilidad económica. Una estrategia de desarrollo con inclusión, como declama el gobierno, no podrá prescindir del agro, por su aporte neto de dólares; de la energía, por sus mejoras en la productividad, y de la construcción, por ser garantía de contención social, al aportar trabajo en los sectores vulnerables, no demandar divisas netas y atender áreas sociales insatisfechas, como la vivienda, entre otras. En especial, en un contexto complejo para la obra pública (dada la estrechez fiscal), el mayor margen de maniobra surge en las obras privadas, que con incentivos fiscales y financieros adecuados y un nuevo esquema de financiamiento para familias, inversores y desarrolladores, rápidamente pueden potenciar la actividad.

La industria se encuentra a mitad de camino en cuanto a su contribución a cada vector. Sin embargo, por su peso en el PBI, debe ser incorporada con una estrategia diferenciada que tenga en cuenta su gran heterogeneidad.

El acuerdo por la deuda puede contribuir a sentar las bases para recuperar la capacidad de crecer de manera estable por varios años. No en lo inmediato, pero sí lentamente desde 2021. Claro que cuanto antes el Gobierno comience a dar las señales básicas del ordenamiento macroeconómico será mejor. 

La reconstrucción pospandemia es un desafío de muchísima mayor complejidad que el de la deuda. Requiere de un programa (mucho más que un power point) consistente que apunte a reducir la inflación al entorno de 20-25% anual en un año y medio. Es la única vía para volver a crecer.

En lo inmediato, es preciso ordenar las expectativas devaluatorias que aún persisten, e impactan en una brecha cambiaria inestable y alta, mostrando los primeros indicios de cómo se piensa resolver el costo fiscal generado por el Covid-19. La decisión no es simple, ya que supone una secuencia factible de desmantelamiento de los gastos propios de la pandemia, especialmente el IFE y el ATP.

Pero es crucial, porque en el financiamiento monetario del déficit radica una de las razones del control de cambios que el gobierno proyecta relajar. En la ampliación del presupuesto 2020, el Gobierno informó que cerca de la mitad del aumento del gasto solicitado (de $ 1,9 billón) se financiará con transferencias del Banco Central, un tercio con aumento de la recaudación impositiva y el resto con deuda del Tesoro en pesos. Son apenas $ 50.000 millones por mes hasta fin de año, una emisión muy escasa dado el dinamismo que está mostrando ese mercado y el volumen de renta fija operado, de $ 1,2 billones mensuales. 

Una lógica de consistencia fiscal tiene que definir también un esquema de salida para el congelamiento de las tarifas y una regla de actualización de las jubilaciones y pensiones. Alinear estos ajustes a la "nueva nominalidad" deseada, en torno a 20-30% anual, sería lo óptimo. 

Cómo se absorberán los pesos excedentes, hoy demandados por la mayor preferencia por la liquidez dada la excepcionalidad del Covid, es otro de los interrogantes centrales. El M2 privado (circulante más depósitos a la vista) respecto del PBI está entre tres y cuatro puntos por encima de lo recomendable dados el tipo de cambio y las tasas de interés reales. Economía y el Banco Central esbozaron que tomarán medidas en la pospandemia, que podrían comenzar a configurar un programa monetario o, como mínimo, límites para los niveles de monetización. 

Aparece en el horizonte otra oportunidad, además de la deuda, esta vez desde los mercados formales de trabajo. Los impactos devastadores de la pandemia hicieron que los gremios se hayan preocupado en estos meses más por proteger los puestos de trabajo que los salarios reales. Todas las negociaciones de esta etapa, Camioneros incluido, van en la lógica de una desinflación ordenada, y el gobierno tendrá que consolidar el proceso hacia adelante. 

El arreglo de la deuda es apenas el principio del camino. Puede convertirse en la llave para encarar una estabilización profunda de los precios. Pensar en crecer en forma estable por largos años no es posible con más de una década con alta inflación. El rebote proyectado en la actividad para 2021 será mera estadística si no se señaliza un camino de consolidación fiscal que reduzca el financiamiento monetario del déficit y se ordenen las actualizaciones de tarifas, salarios y jubilaciones a los nuevos niveles de inflación buscados. 

Es posible iniciar el tránsito hacia un "régimen de inflación moderada" sin apelar a la recesión como receta. La pospandemia ofrece esa puerta de salida. 

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