
Desde que nacemos los seres humanos vivimos en transición permanente. Ya de adultos, este paso de un estado a otro representa para muchas personas un desafío difícil de sobrellevar.
Para comprender mejor qué significa es necesario distinguirla del cambio: el cambio refiere a una alteración de una situación (nuevos roles en cualquier ámbito; un jefe recién incorporado; una remodelación que implica una mudanza del espacio de trabajo; la incorporación de un inversionista con ideas nuevas). La transición, por otra parte, implica un proceso interno psicológico, a través del que las personas se adaptan (o no) a la nueva situación. Si no se la gestiona adecuadamente –ya sea en el ámbito personal, profesional o empresarial– los cambios que desean implementarse no funcionarán.
Aunque no te des cuenta siempre estás en transición.
En culturas aferradas a un anhelo de estabilidad y permanencia, cualquier trastocamiento de valores, estados y situaciones conlleva un nivel de trauma en las personas, aunque sea inconsciente. Por caso, en economías turbulentas que no terminan de asentarse, se piensa que las transiciones siempre son abruptas: no sabés con qué te vas a encontrar al otro día. Esto implica que muchas personas asocian transición con traumas o sufrimiento permanente. Incluso la angustia de que algo va a pasar desespera a más de uno.
Una transición es una variación en el estado de las cosas, para que resulten en algo diferente.
Como es un proceso, generalmente se prolonga en el tiempo. Un ejemplo claro es cuando se fusionan empresas, donde hay varios años de reacomodamiento al nuevo esquema organizacional, incluso con muchas pérdidas que van quedando en el camino. Así como cuando el bebé pasa a ser un infante, luego llega la pubertad, adolescencia, juventud, adultez, ser mayor y ancianidad, cada ser humano necesita trabajar internamente las transiciones. Sabemos que la resistencia al cambio es una de las características de los seres humanos (incluso como idiosincrasia de un país completo). De allí que una estrategia efectiva es la de trabajar internamente para reconocer, preparar, afrontar y fortalecerse, ya que una característica de las transiciones es que son inevitables: más tarde o más temprano, acontecen.
Un proceso de 8 etapas
John Fisher, conocido teórico empresarial, sintetizó el proceso que viven las personas frente a la transición en organizaciones. Este modelo también puede resultar útil para otro tipo de desplazamientos vitales, como cambiar de trabajo, jubilación, cuando se termina un contrato que teníamos, e incluso montar tu propio negocio saliendo del sueldo seguro:
Cómo prepararse para las transiciones
Es posible disponerse mejor para afrontar las transiciones de cualquier tipo siguiendo estas claves:
- Entender que es un proceso vital constante y que nada es permanente. Eso ayudará a poner las cosas en perspectiva.
- Todos pasamos por cada etapa, cada persona a su ritmo atravesará el proceso. Negar el momento es cegarse a una visión obtusa, porque las cosas de todas formas van a acontecer.
- Buscar cooperar, en lugar de resistirse a lo evidente. Aprender, integrarse, desplegar el potencial personal y buscar puntos de contacto entre la experiencia actual con el futuro al que se dirige la transición, son formas de ayudar a atravesarla mejor. Hay que preguntarse permanentemente: ¿Qué estoy aprendiendo de esto? y ¿De qué forma puedo hacerlo mejor?
- Elegir la mejor actitud. Tanto en la vida como en las empresas, las cosas decantan solas con el factor tiempo. Puede retrasarse o resistirte a la transición; pero es cierto que de todas formas va a acontecer. Lo mejor es conectar de la mejor forma posible con cada experiencia nueva. Necesitará flexibilizarse y cambiar creencias y paradigmas.
- Diseñar terrenos alternativos para desplegar el potencial. Pensar en tus habilidades, tus dones y diferenciales, explorar nichos, detectar oportunidades en lo que va surgiendo como nuevo va a reforzar tu espíritu adaptativo para sobrellevar mejor el proceso.















