

Cuando se piensa en Canadá, los destinos turísticos que primero aparecen en la mente son las elegantes Montreal y Quebec, la cosmopolita Vancouver, las laderas nevadas de Whistler Blackcomb, o incluso las aguas violentas de las cataratas del Niágara. Rara vez se incluye a Toronto y, sin embargo, una rápida recorrida por sus atractivos alcanza para darse cuenta de que es una ciudad subvalorada.
Sus distritos históricos combinan una extrema prolijidad con un alto valor arquitectónico; detrás de Nueva York es la ciudad con más teatros en Norteamérica; los 553 metros de la Torre CN seducen con su restaurante giratorio, y hasta el enorme tamaño del lago Ontario que baña sus playas invita a vivir una urbe que vale la pena conocer y disfrutar.
Por favor, pise el césped
Toronto es una ciudad realmente amable. Sus más de 200 parques invitan al visitante a pasearse por el césped y en varios es posible encontrarse con pequeñas ardillas que corren aquí y allá aportando vida a un escenario bucólico. Hay varias maneras de recorrer Toronto, una de las mejores es alquilar una bicicleta, un medio de transporte que cuenta aquí con el respeto de los vehículos de mayor porte. Pedalear a lo largo de los 20 kilómetros que tiene el Paseo del Puerto es una buena oportunidad para conocer la "Ex", como llaman a la Muestra Nacional Canadiense, una feria multitemática que incluye desde artesanías hasta los últimos modelos de autos del mercado local. El predio de la feria también alberga al Museo Marino del Norte de Canadá y el Hall of Fame del hockey sobre hielo, sin dudas el deporte más popular del país.

En la zona del antiguo puerto hay al año más de 6000 eventos culturales y deportivos, por lo que, salvo en lo más crudo del invierno, siempre se podrá encontrar algo interesante en la agenda. Más allá de esto, los parques y jardines que forman parte de este espacio de 40 hectáreas son una invitación para seguir pedaleando. Desde la costa se ven las islas de Toronto, en las que se desparraman desde áreas de acampe hasta canchas de tenis que congregan a turistas y locales por igual. Navegar entre las islas a bordo de una nave a vapor de 1910 como el Trillium, o en embarcaciones como el Challenge (de casi 30 metros de eslora), son otras opciones válidas para recorrer esta zona de la ciudad.
Pero desde el puerto también se puede volver la vista hacia el corazón de Toronto. Allí hay que dirigirse a Yonge Street, la calle más famosa de la ciudad, la que divide en Este y Oeste, como la porteña Rivadavia lo hace con el Sur y el Norte. En el cruce con la calle Bloor se puede encontrar una suerte de muestra artística al aire libre porque músicos callejeros, vendedores y artistas pueblan las veredas con sus sonidos y productos. Esa sensación de estar en un Montmartre puritano se repite en el Distillery District, una suerte de Soho local. El nombre remite a la destilería británica Gooderham and Works, que tras su cierre dejó un saldo de 44 edificios antiguos, fabriles, de ladrillos rojos y techos altísimos. La primera Guerra Mundial y la ley Seca aplicada en los Estados Unidos en los inicios del siglo XX hicieron que esta mole de las espirituosas careciera de sentido.

Luego, por un largo tiempo, toda el área se convirtió en escenografía para la industria del cine. Hasta que finalmente las obras de restauración, sumadas al sofisticado buen gusto de los canadienses, dieron luz a un distrito bohemio, plagado de galerías de arte, cafés irresistibles, restaurantes de moda y hasta una fábrica de chocolate artesanal que rebosa aromas y elegancia. Se trata de Soma, ubicado en el 55 de Mill Street. Desde la molienda de los granos de cacao hasta la presentación del chocolate en formas y envases refinados, todo está a la vista. Esa idea de artesanía se repite en todos los ambientes que conforman el barrio. Aquí vale la pena detenerse para comer en sitios como The Boiler House, una gigantesca estructura de 7 metros de alto destinada a estibar las botellas de vino provenientes de todo el mundo que componen una carta extensa y sofisticada.
El aire industrial del lugar alberga sin embargo elegantes espacios, cuartos privados y muebles artesanales que dan el marco para los shows de jazz de los sábados por la noche, o para el Jazz Brunch de los domingos. Otro de los restaurantes destacados en el área es The Pure Spirits Oyster House, quizás el mejor lugar para disfrutar frutos de mar y pescados en toda la ciudad. Si la opción es beber una rica cerveza, la elección debería recaer en Mill Street Brewery, la primera cervecería comercial de Toronto, con más de un siglo de vida. Y si la gastronomía tiene un lugar importante en el Distillery, el arte es omnipresente.
Hay numerosas y variadas galerías que abarcan nuevas tendencias, arte nativo y clásicos en formatos completamente diversos. Junto a estos locales de alto nivel hay una miríada de pequeños artesanos que trabajan desde los metales y las piedras preciosas hasta el cuero y la madera. Esa mezcla entre lo prolijo y lo bohemio, entre lo artesanal y lo profesional, es un buen resumen de esta ciudad que, sin el carisma de Vancouver o Quebec, logra enamorar a todo el que la conoce.












