Un amigo en las malas
Supe de Hugo Chávez desde que se consolidó como candidato a la presidencia en 1998, aunque recién le presté verdadera atención cuando tuvo que enfrentar el golpe de Estado de abril 2002. Ahí andaba un tal Pedro Carmona liderando la movida antipopular que enyuntaba a empresarios, medios de comunicación y políticos desprestigiados. Creo que la coincidencia de su apellido con el mío aumentó mi rechazo a la acción desestabilizadora. La emoción frente al retorno al gobierno de ese líder popular de perfil peroniano me rememoró otros retornos significativos para la historia argentina como el ocurrido con Juan Perón el 17 de octubre de 1945. Los militantes populares coincidimos en una pregunta que nos inquietaba: ¿Quién era ese comandante que podía con descarada soltura invocar a Bolívar o apropiarse de San Martín, declamar a Marx como recitar a Perón?
A la curiosidad le siguió la admiración: el imparable seductor de las masas populares de la América Latina se fue quedando poco a poco con la simpatía de las dirigencias progresistas de la región. Nos gustaba su estilo llano, su verborragia provocativa, las convicciones socializantes que expresaba, sus transgresiones permanentes, la dimensión continental de sus planteos. El entusiasmo se convirtió en adhesión con la aparición del trío sudamericano: Chávez, Lula, Kirchner, tres presidentes, tres estilos diferentes, un mismo proyecto emancipador para América Latina.
El carisma de Chávez, sus ideas revolucionarias y su estilo de conducción política nos impactó, pero lo que más nos sorprendió fue una inusual actitud en la política: Chávez fue amigo de la Argentina, pero amigo en las malas, cuando nadie apostaba a favor de la recuperación de la Argentina del naufragio. Venezuela, bajo el liderazgo de Chávez, aportó como ningún otro país, lo hizo al despegue económico argentino. La cooperación en materia energética en un país que enfrentaba el desafío de la reindustrialización y la asistencia financiera frente al aislamiento ocurrido tras la crisis terminal del 2001-2002 fueron factores fundamentales que cimentaron el proceso de desarrollo económico impulsado por el kirchnerismo.
Entre 2001 y 2012 se multiplicaron por diez las exportaciones argentinas a Venezuela (de 234 a 2.300 millones de dólares), se conformaron alianzas estratégicas para el suministro e integración de PDVSA e YPF, se promovieron proyectos para que Argentina construya viviendas prefabricadas con destino a Venezuela, se avanzó con acuerdo para el abastecimiento alimentario y tecnológico argentino al país hermano, entre otras líneas de acción que apuntan a que la política compartida se exprese en la intensificación de los lazos económicos y comerciales.
Y la incorporación de Venezuela al Mercosur es también una expresión de la lógica chavista: solos valemos poco, unidos somos invencibles.
A la curiosidad le siguió la admiración: el imparable seductor de las masas populares de la América Latina se fue quedando poco a poco con la simpatía de las dirigencias progresistas de la región. Nos gustaba su estilo llano, su verborragia provocativa, las convicciones socializantes que expresaba, sus transgresiones permanentes, la dimensión continental de sus planteos. El entusiasmo se convirtió en adhesión con la aparición del trío sudamericano: Chávez, Lula, Kirchner, tres presidentes, tres estilos diferentes, un mismo proyecto emancipador para América Latina.
El carisma de Chávez, sus ideas revolucionarias y su estilo de conducción política nos impactó, pero lo que más nos sorprendió fue una inusual actitud en la política: Chávez fue amigo de la Argentina, pero amigo en las malas, cuando nadie apostaba a favor de la recuperación de la Argentina del naufragio. Venezuela, bajo el liderazgo de Chávez, aportó como ningún otro país, lo hizo al despegue económico argentino. La cooperación en materia energética en un país que enfrentaba el desafío de la reindustrialización y la asistencia financiera frente al aislamiento ocurrido tras la crisis terminal del 2001-2002 fueron factores fundamentales que cimentaron el proceso de desarrollo económico impulsado por el kirchnerismo.
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