Es un hábito que se repite en oficinas, bares y hogares: la taza queda con un pequeño resto de café que nadie bebe. Aunque parece una costumbre sin lógica, la psicología ofrece una respuesta clara.

No se trata de falta de sed ni de problemas con la bebida, sino de una reacción automática del cerebro ante cambios sensoriales.

El rol de los sentidos en este comportamiento

Cuando el café se enfría o modifica su textura, el cuerpo percibe una diferencia que puede resultar incómoda. Las personas con sentidos más sensibles detectan estas variaciones con facilidad.

El último sorbo suele concentrar restos de partículas, tener menos temperatura y una textura distinta, lo que genera rechazo inconsciente.

La “aversión al asco”: un mecanismo protector

Los especialistas explican que este hábito responde a la aversión al asco, un mecanismo universal que actúa como defensa. El cerebro interpreta que un cambio inesperado puede implicar riesgo y activa una respuesta automática para evitarlo. Este reflejo no depende del sabor ni de la calidad del café, sino de la percepción sensorial.

No es una fobia ni un trastorno

Dejar el último sorbo no indica problemas alimentarios ni falta de disfrute. Es una reacción natural que busca proteger el organismo. Por eso, si lo haces, no hay motivo para preocuparse: es un límite impuesto por el propio sistema nervioso.

¿Por qué ocurre con otras bebidas?

Este fenómeno no se limita al café. También puede pasar con té, mate o infusiones. Cuando la bebida pierde temperatura o cambia su consistencia, el cerebro activa la misma respuesta. Incluso en comidas, la sensación de textura inesperada puede generar rechazo.

Consejos para evitarlo

Si quieres terminar tu café sin dejar restos, una opción es beberlo antes de que se enfríe o remover la taza para mantener la textura homogénea. Otra alternativa es elegir tazas más pequeñas para reducir el tiempo de consumo y evitar cambios bruscos.