

La demencia es una de las enfermedades neurodegenerativas más devastadoras. A medida que avanza, altera la memoria, el pensamiento, la conducta y la capacidad para llevar adelante las tareas diarias, volviéndose un desafío no solo para quienes la padecen, sino también para sus familias.
Aunque no existe una cura definitiva para la mayoría de los tipos de demencia, reconocer los síntomas iniciales puede marcar una gran diferencia. Un diagnóstico temprano permite planificar con anticipación, acceder a tratamientos que pueden frenar la progresión y adaptar el entorno a las nuevas necesidades.
¿Qué es la demencia y cuáles son los factores de riesgo?
La demencia no es una enfermedad específica, sino un conjunto de síntomas causados por diferentes afecciones que dañan las neuronas del cerebro. Se caracteriza por una pérdida progresiva de las funciones cognitivas, como el lenguaje, la memoria, la orientación y el juicio, que interfiere con la vida cotidiana.
Aunque el envejecimiento es el principal factor de riesgo, existen múltiples causas que pueden aumentar la probabilidad de desarrollarla:
- Estilo de vida poco saludable: la falta de actividad física, una alimentación desequilibrada y el aislamiento social incrementan el riesgo.
- Consumo excesivo de alcohol: el abuso prolongado de alcohol provoca cambios cerebrales y está vinculado a un mayor riesgo.
- Problemas cardiovasculares: la hipertensión, el colesterol alto, la diabetes mal controlada, la obesidad y el tabaquismo afectan la salud cerebral.
- Pérdida auditiva o visual no tratada: el déficit sensorial está estrechamente relacionado con un mayor riesgo de demencia, pero puede reducirse con tratamiento.
- Depresión: aunque su relación exacta aún se estudia, la depresión tardía podría ser un indicador temprano del desarrollo de enfermedades neurodegenerativas.
- Contaminación ambiental: exposición prolongada a partículas contaminantes, como las de los gases del tráfico o la quema de madera.
- Traumatismo craneal: lesiones cerebrales graves o repetidas aumentan significativamente el riesgo de padecer Alzheimer, especialmente en adultos mayores.
- Trastornos del sueño: la apnea del sueño y otros problemas relacionados con el descanso nocturno.
- Déficit de vitaminas: bajos niveles de vitamina D, B6, B12 y folato.
- Uso de ciertos medicamentos: fármacos como los antihistamínicos con difenhidramina, medicamentos para la vejiga y algunos sedantes pueden afectar la memoria.

¿Cuáles son los primeros síntomas?
Los síntomas iniciales de la demencia pueden ser sutiles y variar según el tipo. Sin embargo, existen señales comunes que deben alertar a familiares y profesionales:
- Pérdida de memoria a corto plazo: especialmente olvidar hechos recientes o repetir preguntas.
- Dificultades con el lenguaje: usar palabras inusuales o no encontrar los términos adecuados.
- Problemas para realizar tareas cotidianas: manejar dinero, cocinar o seguir instrucciones simples.
- Desorientación en tiempo o espacio: incluso en lugares familiares.
- Cambios de humor o personalidad: apatía, irritabilidad, desconfianza o aislamiento social.
- Conductas impulsivas, alucinaciones o paranoia.
- Dificultad para leer, escribir o comprender el entorno.
- Pérdida de equilibrio o problemas motrices sin una causa física evidente.

Demencia: ¿cómo se diagnostica?
El diagnóstico de la demencia es un proceso complejo que requiere descartar otras causas y determinar el tipo específico. El primer paso es una evaluación médica completa, que puede incluir:
- Examen físico: para medir la presión arterial y otros signos vitales.
- Pruebas cognitivas y neurológicas: que valoran memoria, atención, razonamiento, lenguaje y coordinación.
- Imágenes cerebrales: como tomografías, resonancias magnéticas o PET, que permiten visualizar cambios estructurales o funcionales.
- Evaluación psiquiátrica: en caso de sospechas de depresión u otros trastornos del ánimo.
- Pruebas genéticas o del líquido cefalorraquídeo: en casos puntuales.
- Análisis de sangre: para revisar los niveles de diversas sustancias químicas, proteínas, hormonas y vitaminas, pueden ayudar a descubrir o descartar posibles causas de los síntomas.
¿Cuál es el tratamiento adecuado?
Aunque la mayoría de las formas de demencia no tienen cura, existen tratamientos que pueden aliviar los síntomas y mejorar la calidad de vida. Entre ellos se encuentran:
- Medicamentos: como los inhibidores de la colinesterasa (donepezilo, rivastigmina, galantamina) y la memantina, que pueden mejorar temporalmente la memoria y el juicio. En casos específicos, se utilizan nuevos fármacos como lecanemab o donanemab, aprobados para etapas tempranas del Alzheimer.
- Terapias no farmacológicas: como la terapia ocupacional, estimulación cognitiva y actividades estructuradas, que ayudan a mantener la funcionalidad y reducir la agitación.
- Apoyo psicológico y social para el paciente y sus cuidadores: fundamentales para afrontar el deterioro progresivo.















