La de los abogados ha sido históricamente una profesión más bien sedentaria. El conocimiento de las leyes y una libreta con los teléfonos de las personas indicadas son bienes que caducan ni bien traspasan las fronteras y esa condición atenta contra la libre circulación de los letrados. Esto no impide, sin embargo, que muchos profesionales argentinos sucumban ante el síndrome de los viajantes y carguen con sus valijas e ilusiones hacia otras plazas.

Tanto hoy como ayer, el perfil de los que emigran es de abogados jóvenes –suelen estar sobre el final de sus 20 o al principio de sus 30– que estudian un Master of Laws (LLM) en alguna universidad por lo general de los Estados Unidos y luego se quedan durante un año o dos adquiriendo experiencia para luego volver al país. Una inmersión en la cultura de trabajo que reina en los bufetes del Primer Mundo suele ser el principal objetivo perseguido, que trae sus réditos a la hora de reinsertarse nuevamente en los estudios locales.

El fenómeno de emigración tuvo su furor durante la mentada década de los 90 y las razones de este apogeo fueron básicamente dos. Primero, la paridad del peso con el dólar abarató los costos de los LLM en el exterior, la principal puerta de acceso a los estudios del Primer Mundo para un abogado argentino. Segundo, la avalancha de inversiones en la Argentina subió el cachet de los profesionales vernáculos, presas requeridas por estudios extranjeros ansiosos por ganar contactos en el país.

Ambas condiciones, es obvio decirlo, ya no existen. El costo de financiar un año en una universidad de los Estados Unidos se multiplicó por tres y los estudios extranjeros están mucho menos ansiosos por atender las escasas oportunidades de negocios que aparecen en la Argentina. Los abogados viajan menos, pero el espíritu inquieto no se enterró con la convertibilidad y los que pueden lo siguen haciendo.

Pese a que los protagonistas y sus intereses varían, las experiencias resultan bastante similares. Juan Biset se encuentra en ese proceso. Tiene 31 años y está trabajando en Sullivan & Cromwell uno de los estudios más tradicionales de Nueva York. “En el 2003/4 –explica– aproveché el bajón generalizado de la Argentina para sacarme el gusto de estudiar afuera e hice un Master en Derecho en la Universidad de Columbia . Biset asegura que su ambición no iba más allá del estudio y que, a diferencia de sus amigos argentinos del Master, no tenía resuelto quedarse a trabajar en los Estados Unidos. Hacia el final de su especialización, sin embargo, comenzó a cambiar de opinión. “Me di cuenta de que la experiencia en el exterior es enormemente más completa si sumás estudio y trabajo. Empecé a buscar y, tras mucho esfuerzo y muchos contactos, surgieron un par de ofertas y acepté la de S&C , dice.

Gastón Mirkin también tiene 31 años y su experiencia fue similar. Actualmente está de vuelta en Buenos Aires, en M & M Bomchil, pero en el 2001/2 trabajó en la oficina de Nueva York del estudio inglés Linklaters y en el área de inversiones del Credit Suisse First Boston.

Antes de su paso por Nueva York había estudiado un Master en Derecho en la Universidad de Harvard. “Fue mucho más difícil para mí conseguir trabajo en los Estados Unidos en el 2001, que para los que lo hacían en la década de los noventa. La razón es que el mercado de capitales y las inversiones directas en la Argentina dejaron de ser atractivas para los inversores extranjeros y por ello se redujo el interés en contratar abogados argentinos , explica.

“La Argentina yo no despierta el interés que alguna vez despertó en inversores extranjeros y, con esa merma, las oportunidades laborales disminuyen drásticamente , señala Federico Durini, que volvió hace algunos meses de Washington DC luego de desempeñarse en la Corporación Interamericana de Inversiones.

Uno de los principales impedimentos para ejercer la profesión en el extranjero es la necesidad de estar colegiado. Los programas para abogados extranjeros en firmas jurídicas (Foreign Associate Programs) son por lo general limitados en su extensión –9 meses– y para permanecer más allá de ese plazo suele ser un requisito la colegiación. En los Estados Unidos, lo más común es que los abogados terminen el LLM y luego rindan el Bar, el examen para inscribirse en el colegio de abogados del Estado en el que piensan trabajar. Esto es lo que les permite litigar y, por ende, desempeñarse sin restricciones en la profesión. La experiencia de los abogados que no tienen el Bar, en cambio, no suele extenderse más allá del período de intercambio previsto por los estudios.

“El hecho de ser extranjero limita bastante el desarrollo de la carrera de abogado en los Estados Unidos , admite Cristián Francos de 28 años, quien trabaja en el estudio White & Case, en Washington DC.

Claro que las condiciones son diferentes según el Estado. En el caso de Washington DC, tener un LLM no es suficiente para colegiarse en el distrito de Columbia. “Hay que cursar la carrera de abogado (que dura tres años) o bien, teniendo un LLM, completar una serie de cursos de Derecho en los Estados Unidos. Si se completan todos estos requisitos y uno logra colegiarse, hay más posibilidades de realizar una carrera larga en este país , explica . En su caso, estudió una maestría en Estudios Internacionales en la Universidad Torcuato Di Tella y decidió que quería especializarse en la solución de controversias en el comercio internacional. Consultó entonces entre los especialistas locales y todos le recomendaron dirigirse a White & Case. Decidido a probar suerte, se puso en contacto con el estudio y luego de varios meses de intercambio de correos electrónicos y dos visitas a sus oficinas de Washington DC, le ofrecieron un puesto en su equipo de International Trade. “Y acá estoy, trabajando y aprendiendo mucho , dice Francos.

Fabián D’Aiello de 33 años también tuvo su experiencia en los Estados Unidos, en el 2000/1. La diferencia con muchos de los abogados argentinos es que él no hizo un Master of Laws, sino que utilizó un contacto profesional logrado durante su carrera en Muñoz de Toro Abogados. D’Aiello conoció a un socio del estudio Cleary, Gottlieb, Steen & Hamilton mientras trabajaban para un cliente que tenían en común y él fue quien apadrinó su desembarco en Nueva York. “Es habitual que los estudios de los Estados Unidos tomen abogados extranjeros de septiembre a mayo de cada año. Los usan para generar contactos, como canal de negocios , explica. En Muñoz de Toro también se benefician de este intercambio y solían tener una rotación asidua de profesionales haciendo experiencias afuera. Ahora, en cambio, hay menos interés por parte de sus contactos en el exterior y el último abogado del estudio que viajó como foreign associate (asociado extranjero) lo hizo en el 2003. Además de evaluar como muy positiva la experiencia de vida, D’Aiello recuerda la tarjeta personal que le dieron en Cleary, Gottlieb, Steen & Hamilton. Consignaba su nombre, el del estudio y una leyenda: “No admitido en Nueva York . Esto señalaba que, mientras no rindiera el Bar, tenía restringido su margen de acción. “En lo profesional –explica– no hice cosas muy distintas o más complejas de las que desarrollaba en Buenos Aires.

Pero el contexto es sin duda muy distinto. Las diferencias entre los estudios argentinos y los anglosajones suelen ir mucho más allá del idioma. “Tienen otro ritmo de trabajo y otro soporte. No cierran ningún día del año y las oficinas están abiertas las 24 horas. Eso te ayuda a incorporar una dinámica más ágil. En mi caso trabajaba de 7.30 de la mañana hasta la 1 de la madrugada y la mayoría de las veces también sábados y domingos. Me acuerdo incluso de haber salido a comer con alguna chica a las 9 y volver al estudio a las 11 a seguir trabajando , rememora Marcelo Etchebarne, quien entre 1996 y 1998 trabajó en Simpson, Thacher & Bartlett, de Nueva York, con la ayuda de la cotizada colegiación de por medio, y hoy es socio de Cabanellas, Etchebarne, Kelly & Dell’Oro Maini.

La cuestión cultural también pesa. “La principal diferencia en el ejercicio de la profesión entre la Argentina y los Estados Unidos es el trato. Mientras que en la Argentina suele ser más personal e informal, en los Estados Unidos se preservan más las formas y el profesionalismo , agrega Mirkin.

Funcionales para los estudios extranjeros en la medida en la que sirvan de contacto para futuros negocios en la Argentina, los abogados emigrantes corren el riesgo de no lograr una verdadera inserción laboral o limitarse a asesorar en eventuales negocios con clientes de habla hispana. “En el 85 % de los casos les dan poco trabajo porque su presencia es más bien una estrategia para fortalecer lazos con los estudios de Buenos Aires , reconoce Etchebarne, quien en cambio debió tomarse tres meses en Asia para reponerse de su intensa experiencia.

Y aunque no abundan, los casos de abogados que sí logran desarrollar una carrera afuera también existen. El caso de Martín Litwak es bastante particular. Tiene 30 años y vive en las Islas Vírgenes Británicas, donde trabaja en Walker Smiths. Litwak decidió prescindir del camino tradicional –LLM más experiencia en un estudio de los Estados Unidos– y aceptar el desafío de organizar el departamento de América latina de Walker Smiths. “Desde que llegué, hace tres años, la facturación generada por clientes de América latina aumentó en más de un 400 por ciento , se entusiasma. Su ejemplo es uno de los tantos que demuestran que no hay devaluación ni sequía en las inversiones que pueda oponerse a un espíritu inquieto.