
El presidente de Estados Unidos Barack Obama estaba inquieto y mostró su lado emocional cuando saltó en defensa de Lawrence Summers después de que se le había pedido que no designara a su ex asesor como el próximo presidente de la Reserva Federal.
Los legisladores que asistieron a la reunión entre el presidente y los demócratas de la Cámara de Representantes dijeron que el tema de Summers produjo una cierta fricción al otrora cálido y acogedor encuentro de la semana pasada.
Pero el hecho de que Obama tuviera que defender a su ex asesor frente a los demócratas sólo sirvió para subrayar una cosa: la maraña en la que se ha convertido la búsqueda por un nuevo presidente de la Fed.
El presidente norteamericano le dijo a los demócratas de la Cámara de Representantes que cualquier persona que estudie a los distintos candidatos a reemplazar a Ben Bernanke tendrá que cortar el salame en rodajas muy finas para encontrar diferencias de políticas entre ellos.
Definitivamente ésa no es la forma en que muchos de sus compañeros demócratas ven la situación. Para ellos, la esencia de la lucha por la presidencia de la Fed tiene que ver con las políticas, y en particular la necesidad que perciben de controlar el poderío de los bancos y resistir la presión para desregular el sistema financiero.
Se ha hablado mucho de las profundas fisuras en el partido republicano que tanto se han peleado por las políticas en materia de seguridad nacional y tácticas presupuestarias en los últimos meses.
Summers, sin embargo, es símbolo de las tensiones no resueltas de la izquierda, que han persistido durante décadas, con respecto al crecimiento de la industria financiera.
Si eso no fuera suficiente, el alboroto provocado por Summers tiene un lado personal, al igual que todas las disputas relacionadas con el ex secretario del Tesoro y presidente de la Universidad de Harvard.
Justificadamente o no, muchos de sus compañeros demócratas simplemente no lo quieren.
El nombramiento también parece haber caído en la guerra de los sexos. Unas horas después del breve discurso de Obama, 37 mujeres demócratas en la Cámara emitieron una carta en la cual apoyan al principal rival del Summers para ocupar el cargo: Janet Yellen, la vicepresidenta de la Fed.
La carta de la Cámara fue posterior a otra misiva firmada una semana antes por 20 de los 54 demócratas del Senado que también respaldan a Yellen; esta vez sobre la base de su trabajo como reguladora y luchadora por las políticas que respaldan y fortalecen a la clase media. Los demócratas en el Congreso viajaron a sus hogares para pasar el verano, después de haber estructurado la elección de una forma que difícilmente podría ser menos favorable Summers, y mucho más difícil para el presidente.
Las mujeres de la Cámara han enmarcado la decisión como una elección entre la perpetuidad del club de los amigotes de la Casa Blanca, como lo describió una ex miembro del personal femenino, y el nombramiento iluminado de la primera mujer a la cabeza en la historia de la Fed.
Los partidarios de Yellen en el Senado han hecho de esta elección una opción entre una persona que vio avenirse la crisis bancaria contra un rival que no sólo no la vio sino que, en su opinión, sentó las bases de la desregulación para que la crisis sucediese en primer lugar. Summers, mientras tanto, se ve puesto en una posición ingrata. Algunos han cuestionado su falta de remordimiento regulatorio por sus anteriores pecados de desregulación. Pero, ¿podría realmente justificar su pedigree para el puesto en la Fed si tuviese que autocriticarse al estilo de la Revolución Cultural?
En realidad, los críticos de Summers interpretan su rechazo como un repudio a la revolución financiera que comenzó con la derogación durante la presidencia de Bill Clinton en la década de 1990 de la Ley Glass-Steagall de la era de la depresión, la cual separaba la banca comercial de la negociación de títulos valores.
La elección del nuevo presidente de la Fed va a ser una de las decisiones más importantes que Obama hará en su segundo mandato. El hecho de que la Casa Blanca y los republicanos en el Congreso se mantuvieran afincados en una guerra de trincheras permanente con respecto a los presupuestos hace que eso sea doblemente importante.
Obama ha visto las cualidades y los defectos de Summers de cerca, y sigue siendo su fan. Pero apenas conoce a Yellen. Dentro de la Casa Blanca, el equipo económico de Obama contiene muchos partidarios de Summers; pero fuera de la Casa Blanca, los números parecen favorecer a Yellen. De cualquier manera, alguien tiene que perder.
Obama dice que no ha tomado una decisión y no lo hará hasta después del verano norteamericano, pero su explosión en el Capitolio es evidencia de lo descontento que está por el rumbo que ha tomado el debate. Si él puede, o quiere, desactivar la bomba de tiempo que le han dejado sus compañeros demócratas, aún está por verse.











