
Pocos países de Europa occidental han sufrido el terrorismo como España.
El grupo vasco Eta asesinó a más de 800 personas en una campaña de violencia que finalmente terminó recién en 2011. Su último gran atentado, la bomba que estalló en el aeropuerto de Barajas en Madrid, se produjo en 2006.
El terrorismo yihadista también dejó su marca en el país, cuando operativos de al-Qaeda hicieron volar cuatro trenes urbanos que ingresaban a la estación de Atocha en Madrid en marzo de 2004. El ataque arrebató 192 vidas, el más letal en suelo europeo desde la bomba que hizo estallar un avión sobre Lockerbie en 1988.
Sin embargo, durante la última década el país prácticamente estuvo libre de atrocidades terroristas un extraño período de tranquilidad que ahora ha llegado a un brutal fin. Los españoles habían observado desde lejos cómo los atacantes apuntaban a Londres, París, Bruselas, Niza y Berlín; todo mientras guardaban la esperanza de que sus propias ciudades seguirían a salvo.
El jueves pasado, mientras una camioneta blanca dejaba su sangrienta huella pisando residentes y turistas que paseaban por las Ramblas, esa buena suerte del país se terminó.
La elección del blanco a atacar no sorprende mucho a los expertos que estudian la comunidad yihadista del país. Barcelona y sus alrededores hace tiempo que están identificados como el principal centro de reclutamiento y actividad salafista-yihadista en España.
Según datos compilados por el Real Instituto Elcano, un think-tank con sede en Madrid, cerca de una cuarta parte de todos los sospechosos de España arrestados por su relación con el yihadismo extremo entre 2013 y 2016 provenían de la capital catalana y sus alrededores.
La concentración se debe mayormente a la presencia de una comunidad de inmigrantes consolidada, explicó Carola García-Calvo, analista especializada en terrorismo internacional del Real Instituto Elcano.
"Sabemos que el segmento de la población que está más influenciado por el yihadismo es la segunda o tercera generación de inmigrantes provenientes mayormente de países musulmanes", explicó. "Esto tiene que ver en parte con una crisis de identidad: no se sienten franceses o españoles pero tampoco sienten cercanía con el país de sus padres y abuelos. En esa situación, el mensaje yihadista puede ser muy poderoso", agregó.
"España en general no tiene muchos inmigrantes de segunda generación. Pero Barcelona es una zona donde la migración tradicionalmente ha sido muy fuerte, en especial aquella proveniente del norte de Africa. Ahí sí hay una segunda generación".
Manuel Torres, un experto en yihadismo de la Universidad Pablo Olavide en Sevilla, dijo que Cataluña también sobresale como el único centro del movimiento salafista de España.
"Hay mezquitas y centros donde se habla de autosegregación y se rechazan los valores y el orden jurídico que existen en este país", contó.
Las primeras evaluaciones del jueves apuntaban a un típico atentado "de bajo costo" cometido por un único atacante usando un arma fácil de conseguir: una camioneta alquilada. Sin embargo, esa teoría cambió durante el viernes cuando la policía confirmó que el ataque de Barcelona formó parte de un plan mucho más ambicioso, y que el conductor forma parte de una célula mayor.
El hecho probablemente plantee varios temas, especialmente los relacionados con el enfoque idiosincrásico de España hacia la lucha contra la radicalización y terrorismo yihadista.
En los últimos años, Madrid desarrolló una estrategia que ofrece un claro contraste con la utilizada en países como Francia, Gran Bretaña, Alemania y Bélgica. Después de los cambios a las leyes antiterrorismo de España en 2010 y 2015, la policía y los servicios de inteligencia del país trataron de intervenir lo antes posible, arrestando sospechosos mucho antes de que un posible plan terrorista se lleve a cabo.
Eso significa que los sospechosos de ser yihadistas a menudo son declarados culpables de cometer delitos menores, como compartir online propaganda terrorista, en vez de hacerlos cumplir largas condenas por diseñar un ataque terrorista. Desde el punto de vista de las autoridades españolas, "es mejor hacerlos cumplir sentencias relativamente cortas que tenerlos en las calles", dijo Torres.
El enfoque, agregó, es un reflejo de la experiencia vivida con las bombas que estallaron en Atocha en 2004. La policía y la inteligencia españolas antes del hecho habían identificado algunos de los responsables del atentado como potenciales atacantes, pero esperaban tener más pruebas sólidas de que estuvieran armando un plan.
"Eso cambió el paradigma. Las autoridades decidieron que eso no debía pasar de nuevo. No podemos dejar que esa gente ande por calle", afirmó Torres.
Los países como Gran Bretaña, por el contrario, todavía tienden a espera y observar a una célula terrorista durante mucho más tiempo, con la esperanza de obtener más información sobre sus contactos y cabecillas y de conseguir pruebas infalibles para un futuro juicio.
Ese foco explica por qué España hizo una cantidad relativamente elevada de arrestos pese a tener sólo un pequeño grupo de sospechosos. Sólo 214 yihadistas conocidos como tales abandonaron España para unirse a las filas de Estado Islámico (Isis, por sus siglas en inglés) en Siria y en Irak en los últimos años, comparado con cerca de 2000 que partieron desde Francia y aproximadamente 1000 desde Alemania y Gran Bretaña.
Sin embargo, en términos de detenciones, sólo Francia y Reino Unido registraron más arrestos que España el año pasado. Según datos de Europol, España representaba uno de cada 10 arrestos de yihadistas en Europa el año pasado significativamente más que Alemania, Italia o Bélgica.
Pero expertos como García Calvo y Torres señalan que ninguna estrategia anti terrorismo puede aislar por completo el riesgo de ataque. "Siempre supimos que España era un blanco y lo que pasó en Francia, Reino Unido y Alemania podría también pasar acá", dijo Torres. "Tuvimos suerte hasta ahora".
Traducción: Mariana Inés Oriolo














