El murmullo de un lenguaje nuevo, de Estado, comenzó a irradiar en la vida cotidiana del país, un susurro triunfal que se levanta sobre el derrumbe y las esquirlas de palabras tan repetidas en los últimos doce años como todos y todas, articular, cadena del desánimo, piquetes de la abundancia o giros traviesos como no se hagan los rulos y Qué te pasa, Clarín. Sucumbió un relato oficial, pero se parió otro. “Cambiamos, si pudimos”, habrá pensado el flamante presidente de la Nación, Mauricio Macri, minutos después de que asumiera la primera magistratura de manera formal en el Congreso frente a funcionarios nacionales, provinciales y porteños; diplomáticos, mandatarios regionales y una tribuna repartida entre militantes de Cambiemos, empresarios y familiares.

“Tenemos que ser optimistas respecto al futuro. Vengo a transmitir un mensaje de confianza”, dijo Macri, sin leer, en el comienzo de su primer discurso como mandatario. “Voy a seguir siendo el mismo, voy a hablar sencillo, con la verdad. Siento a mis compatriotas parte de un camino común”.

Sin banderas partidarias ni argentinas y lejos del ferviente agite de las manifestaciones kirchneristas, el recinto fue testigo de un cambio de época que los libros de historia consignarán como “vergonzoso”, “hecho inédito” o “transición fallida”. El inicio de la gestión será recordado por una ausencia y una discusión menor que derivó en un enchastre institucional: por primera vez desde la vuelta de la democracia no hay foto conjunta del mandatario saliente y entrante, nunca el Poder Judicial había interferido con una medida cautelar en el traspaso del poder.

La novedad invita a un ejercicio especulativo, probable, ya imposible: Macri y Cristina se hubieran saludado de manera protocolar, con frialdad y distancia, como dos adversarios desconfiados e ingeniosos que cuidan sus cartas y miden los gestos del oponente. La tregua inevitable pudo haber sido miel para los fotógrafos y una fiesta tuitera. No lo fue.

Por dos motivos, uno excepcional y otro histórico, Cristina Kirchner atesora un lugar inigualable en la vida institucional del país: fue la jefa de Estado durante el bicentenario y la primera presidenta mujer. Logró, además, ser reelegida sin ballottage con el 54% de los votos; “el segundo porcentaje mayor de votos después de Perón”, recordó ella misma. La asunción del ingeniero Macri también marca un quiebre: es el primer jefe de Estado no abogado y egresado de una universidad privada desde 1983 y el primer mandatario que no es radical ni peronista.

Ex empresario, que estudió en la Universidad Católica Argentina, Macri dio un discurso corto frente a la Asamblea Legislativa, que lo escuchó en silencio y con respeto. Recibió aplausos cuando repitió sus propuestas de campaña: pobreza cero, derrotar al narcotráfico y unir a los argentinos; también cuando dijo que “este gobierno combatirá a la corrupción” y recibió una ovación al criticar sin nombrarlo al gobierno saliente. “No habrá jueces macristas, ni jueces militantes de ningún partido”.

“Vamos presidente”, “Vamos Mauricio”, se escuchaba de tanto en tanto desde los palcos y balcones. Hubo de todo: aplausos tibios y fervorosos, rostros tensos y distendidos, lágrimas y sonrisas de señoras bien vestidas y caballeros elegantes sin gestos de militantes políticos, como si hubieran asistido a una gala del Teatro Colón.

Macri leyó desde la mitad hacia el final del discurso. Fue llamativa su nula mención al dólar y al cepo cambiario, convocó a “aprender el arte del acuerdo” y dijo que “siempre va a ser sincero”.

También señaló que la diversidad enriquece. “Si nos unimos seremos imparables”, cerró Macri y se despidió.

La última ovación del Congreso llegó desde los palcos. “Si se puede, si se puede”, arengaron los simpatizantes de Cambiemos.

El presidente de la Nación ya estaba en un auto descapotable junto a la primera dama, Juliana Awada, rumbo a la Casa Rosada. Repartían saludos para acá, para allá. Lo esperaban el bastón y la banda presidencial.