

La gente toma decisiones políticas basadas en las consecuencias, no en las causas. Pueden protestar pidiendo mayores salarios, pero no van más allá, no salen a la calle contra la inflación y mucho menos contra el déficit fiscal y el elevado gasto público. Algunos grupos pueden utilizar una figura, como la del FMI, para movilizar gente contra políticas de ajuste, pero nunca han podido movilizar a nadie detrás de alguna sus propuestas de política económica, como podría ser un cepo, estatización de empresas o incluso impuestos a los más ricos.
Las políticas económicas se debaten entre las élites, pero cuáles de ellas son posibles será determinado por el marco de ideas y valores que predominan en la población. Aunque la gente no se manifieste por cuestiones como la política monetaria o el gasto público, las élites tampoco pueden hacer cosas que vayan mucho más allá de lo que la opinión general acepte.
Ahora bien, lo que gente acepte depende también de su interpretación acerca de la existencia de un problema, su seriedad, y las razones de su existencia.
En tiempos normales, la mayoría de los votantes no presta atención a esto, solo lo hacen las élites. El mercado de las ideas es un mercado pequeño. Pero cuando hay una crisis, o la perspectiva de una, ese mercado se agranda y la gente demanda interpretaciones y respuestas. En la competencia entre distintas interpretaciones sobre lo que pasa, alguna predominará, será aceptada por una mayoría y determinará el camino que luego seguirá la política.
En 1989, la discusión sobre las causas de la crisis hiperinflacionaria fue claramente ganada por quienes señalaban como culpable a la emisión monetaria, el gasto público, la ineficiencia de las empresas estatales y el gasto provincial. Como resultado de eso tuvimos a Menem y Cavallo.
En 2002 triunfó la interpretación de que la crisis era el resultado del neoliberalismo, la convertibilidad y el FMI. Tuvimos luego a Néstor y Cristina.
En esta oportunidad no hemos tenido una crisis de la magnitud de las dos mencionadas, por lo que no hay una discusión general acerca de las causas de nuestros problemas. Las protestas y las discusiones se concentran en las consecuencias (tarifas, más o menos jubilaciones, menos ventas de pan o el precio de los peajes para los camioneros).
En el medio de todo esto el populismo vuelve a florecer. Es experto en aprovechar las consecuencias y nunca plantear las causas. Esto ha sido evidente en el caso del proyecto de ajuste de las tarifas. A ninguno de ellos se les ha caído una sola idea de cómo resolver al enorme problema del gasto público y el déficit fiscal.
Y como la sensación de crisis no es tan profunda como la de 1989 o la de 2002 entonces los temas fundamentales quedan durmiendo en espera de que algún factor externo mueva las cosas para algún lado. La Argentina es incapaz de tomar una decisión propia para seguir un camino que genera estabilidad y prosperidad económica. Tiene que venir de afuera.
Ese afuera podría ser algún tipo de liderazgo político que advirtiera a la gente sobre la gravedad de la situación y los invitara a seguir un camino de "sudor y lágrimas", ya que la sangre no hace falta en este caso. Pero no es lo que ha ocurrido. Desde el inicio, el Gobierno no quiso señalar la gravedad del desbarajuste económico heredado, y tampoco parece hacerlo ahora.
Los diarios reportan, por ejemplo, que el Jefe de Gabinete, Marcos Peña, en su reciente viaje a Inglaterra, les dijo a los ingleses que "el cambio en la Argentina es posible, necesario, está yendo hacia adelante" y forma parte de una transformación "que está liderada por la gente".
Ése es el problema, porque la gente no es capaz de liderar nada. Como señalara antes, a lo sumo genera las condiciones de opinión pública dentro de las cuales se puede actuar políticamente, pero el liderazgo puede, y en este caso debe, mover a la opinión pública en una dirección determinada y luego liderar el avance por ese camino.
La prueba de que este liderazgo no ha sido ofrecido es que los cambios se producen por cuestiones externas: la crisis cambiaria o las exigencias del FMI. La política económica parece decir "perdón que haga esto, pero me obliga la crisis y el Fondo". En otras palabras, parece como aquella frase, creo que de "Pipo" Cipolatti o Los Twist: "Somos la retaguardia de la revolución".









