

Cautelar levantada. Basta de ataduras. Basta de cepos. Arranca una nueva etapa. Los argentinos, listos para emprender y crecer, vamos a abrir el juego para permitirle a las provincias y al sector privado que tengan acceso al crédito que no tuvieron en los últimos años", decía el ex ministro Prat Gay a principios de 2016. De esta manera, la administración Macri le rendía homenaje a la película más espectacular realizada por Walt Disney: Fantasía. Allí Mickey, en calidad de aprendiz de brujo, recurre a la magia para evitar el esfuerzo de cargar unos baldes de agua sobre su propia espalda. En un mismo sentido, con aquella señal de apertura al ingreso de capitales del exterior, Macri volvía a encender la llama de una ilusión recurrente en la historia argentina. Basta con abrir la tranquera a la entrada indiscriminada de dólares del exterior, para evadirnos de la responsabilidad de generarlos por nosotros mismos, a partir de la combinación requerida de entusiasmo, imaginación y espíritu empresarial.
En el plano económico, el saldo de la aventura de "emprender y crecer" apalancados en la ruptura de las ataduras con el mundo, fue magro durante los dos primeros años. 2016 cerró con un combo de 50% de devaluación, 40% de inflación y caída de la actividad del 2,6%. 2017 quedará como el año que la gestión Macri podrá atesorar como un trofeo. Un triplete de 16% de devaluación, 25% de inflación y crecimiento del 2,8%. Por el contrario, 2018 va derecho a la catástrofe. A la fecha, un combo de 68% de devaluación, 40% de inflación anual proyectada (con optimismo) así como un ritmo de actividad que ya nadie se anima a estimar en zona positiva. Las altas tasas de interés que tendrán vigencia hasta octubre, según anunció el propio Banco Central, anticipan un escenario de estancamiento hasta bien entrado 2019. En resumen, la tranquera con el mundo que abrió el aprendiz de brujo, sirvió para que volaran los ingresos de capitales financieros, las inversiones de portafolio, los viajes al exterior y el atesoramiento de dólares, más que para generar un boom de inversiones locales o extranjeras que, en su pico, apenas alcanzaron los valores de 2015, cepo mediante.
En la faz política, Macri no se quedó atrás. Este año sorprendió a todos abriendo otra compuerta, pero no para facilitar la entrada de capitales financieros, sino el debate por la despenalización del aborto. Los objetivos políticos fueron diversos, ninguno excluyente del otro. En primer término, ayudarle al gobierno a navegar la profunda crisis económica que viene repitiéndose en los tres últimos años pares, con los rastros dejados por devaluaciones cada vez más profundas. Tal finalidad equiparó esta iniciativa con aquella de matrimonio igualitario promovida por Cristina o, a mayor distancia, con la despenalización al consumo de marihuana impulsada por Obama y aplicada en algunos estados como Colorado y Washington. En segundo lugar, aprovechar el ímpetu del movimiento feminista emergente, para posicionar al oficialismo como una fuerza política aggiornada con los vientos de época y, de paso, reforzar la identidad de Cambiemos como una fuerza de centro derecha, plural y moderna. Por último, un objetivo más pedestre fue mojarle la oreja al Papa Francisco, ante la recurrencia de gestos políticos que lo ubican cercano a la dirigencia opositora local.
Sin embargo, la votación en senadores, apoyada solo por la mitad de la tropa propia, puso otra vez sobre el tapete este sistema macrista de experimentación más propio de un aprendiz de brujo que de un gobierno con control de la agenda política que propone. En tal aspecto, la derrota del proyecto por siete votos en senadores, aparece apenas como un detalle en comparación a la imagen del festejo de la vicepresidenta Gabriela Michetti. Más aún, hasta empequeñece el "voto no positivo" de Cobos en la noche de la 125. El balance final del experimento es contundente. El amortiguador para transitar el mal momento económico no funcionó. Quedó en blanco sobre negro la impronta conservadora de la fuerza gobernante. Por último, si le quisieron mojar la oreja a Francisco, al Vaticano no llegó ni una cosquilla.
Ahora bien, el Lava Jato argentino que dispararon los cuadernos de Oscar Centeno, ese minucioso cronista y porqué no literato de la trama de corrupción en la obra pública K, dejó en evidencia un rasgo político de la gestión Macri aún más grave que la hechicería. En particular, la ausencia de iniciativa política para organizar y controlar un tema de la agenda actual que estaba servido desde la renuncia del ex ministro de economía Lavagna en 2005, documentado en profundidad por diversos periodistas durante no menos de 8 años y hasta propuesto en la agenda de campaña en 2014 por líderes actuales de Cambiemos como Ernesto Sanz, en términos de "impulsar una CONADEP de la corrupción para investigar a todos, inclusive a Cristina". A partir de esa referencia del propio líder radical, ello equivaldría a que Alfonsín hubiese impulsado los juicios a los comandantes en 1987, a instancias de la presión creciente de la justicia o de los propios medios de comunicación. En ese aspecto, la ausencia de decisión oportuna conspira contra la posibilidad de que este cuadernazo contribuya con el fortalecimiento del gobierno. Tal cual están sucediendo los acontecimientos, la debacle económica y la propia competencia política previa a una presidencial, fagocitan el interés respecto de cualquier agenda de transparencia. Peor aún, la dinámica de crisis favorece las condiciones para el predominio de variantes políticas decisionistas que dejan en segundo plano cuestiones de forma y procedimiento. En este ámbito, hoy el gobierno ya la está corriendo de atrás.












