El Gobierno atraviesa una crisis política que se metió como una cuña en la economía. La pregunta que se hacen hoy inversores locales y del exterior, es qué capacidad tiene el Presidente de operar sobre este escenario para tratar de revertir la pérdida de expectativas. La respuesta no es buena, y esa sensación de pesimismo es la que se refleja en el precio de las acciones, los bonos, el dólar y el riesgo país. Quien llegó al poder en 2023 fue Javier Milei, porque La Libertad Avanza era una agrupación minúscula que no consiguió agrupar referentes con mucha experiencia política. En esos días, ser un outsider antisistema era un perfil funcional al sentimiento de la sociedad, que mostraba un hartazgo visible contra el peronismo y todos los rezagos que dejó la pandemia. La virtud de ese momento, con el paso de los meses y la gestión, se convirtió en un lastre. Parte de la crisis de LLA es que nunca dejó crecer, aunque sea para escuchar una voz distinta, a figuras internas que sirvieran de contrapeso a los lineamientos que fue fijando Karina Milei, con el único acompañamiento de Martín y Eduardo Lule Menem. Por el contrario, la palabra de referentes como Mauricio Macri empezó a ser molesta, y así fue como creció su aislamiento. El Presidente dejó de escucharlo, y Karina, a combatir a sus soldados, empezando por su primo Jorge. Hoy la clase política (desde los aliados del PRO hasta peronistas y radicales de distintas tribus) miran a Milei, sin entender el poco juego que habilitó a sus interlocutores. Y no por desconocimiento del juego, algo que no se le puede reprochar a Guillermo Francos ni a su ascendido lugarteniente, Lisandro Catalán. Los Milei sobreestimaron el capital político que obtuvieron por bajar la inflación. Los bonaerenses (los que lo votaron hace dos años y el 7S se quedaron en sus casas) esperaban algo más, un poco de empatía con ciertos conflictos administrables, como el del Hospital Garrahan o las pensiones por discapacidad. Los aliados políticos de LLA asumen y aceptan la importancia de defender el equilibrio fiscal, y por eso jugaron con el Gobierno al validar el veto a la única ley que hacía saltar por el aire el superávit: el aumento de las jubilaciones. Pero en el resto de las pulseadas legislativas, evitaron confrontar con el malhumor social. El Gobierno hizo un gesto razonable después de la derrota bonaerense, que fue considerado insuficiente por los gobernadores (los que tienen en su poder la verdadera llave de la gobernabilidad, que son sus votos en el Congreso). Habilitó algunos fondos más en el Presupuesto 2026, pero sin sondear demasiado. Apostó por encender una señal que hubiera sido más efectiva si la habilitaba semanas antes, cuando el destrato que vivieron los jefes provinciales en sus reclamos de fondos y en las exageradas posturas de LLA para cerrar acuerdos electorales, derivaron sucesivos traspiés en el Congreso. Con el actual escenario político y económico, Milei empieza a asumir que lo que cosechará en el comicio de octubre será menor a lo que esperaba. Y a menos que saque alguna carta inesperada de la manga que le aporte oxígeno (Milei y Caputo están buscando agendar una reunión con Scott Bessent, el secretario del Tesoro de Donald Trump, en paralelo a la asamblea de la ONU) el Presidente tendrá que reevaluar que otros precios está dispuesto a pagar para recuperar gobernabilidad.