Como hizo durante toda la campaña electoral, una vez más la vicepresidenta Cristina Kirchner aprovechó la presentación de su libro "Sinceramente" para pasar mensajes políticos. En esta ocasión, lo hizo en la Feria del Libro de La Habana, Cuba, país en el que se encuentra para visitar a su hija Florencia.

En sus palabras, Cristina dijo que el FMI debería aceptar una quita en la deuda que tiene la Argentina, y lo fundamentó de esta manera: si bien su reglamento no permitía este recorte, tampoco aceptaba que las divisas del préstamos se utilicen para operar en el mercado cambiario y favorecer la fuga de divisas. A juicio de la ex presidenta, el Fondo debería reconocer que validó una operatoria ilegal, y por esa razón ahora no puede oponerse a una fórmula que representaría una devolución menor de los u$s 44.000 millones adeudados.

Como suele suceder, cada vez que la vicepresidenta expone su pensamiento, el mundo político y económico se pregunta a quién le está hablando: si a Alberto, al FMI, al peronismo o el núcleo duro del kirchnerismo. Sus palabras resuenan en un momento especial, ya que esta semana llegará la misión del organismo que tendrá que informar al directorio el estado real de la economía, y evaluar su estrategia fiscal, cambiaria y monetaria.

El Presidente tiene una frase hecha para estas ocasiones, y es que habla mucho con su compañera de fórmula, la escucha, pero reitera que ella no toma decisiones. Alberto Fernández acaba de completar una gira europea destinada a conseguir respaldo político para la negociación que tiene que hacer con el Fondo, aunque su idea no incluye una quita.

Martín Guzmán se conforma con postergar todos los vencimientos previstos hasta el 2023, lo que no es poco. Pero en el exterior, no tienen tan clara la línea que divide las responsabilidades institucionales de las opiniones personales, y por eso la voz de Cristina Kirchner no es pasada por alto.

La vicepresidenta incluso planteó que la anunciada salida de David Lipton, número dos del Fondo, responde a un pedido de Kristalina Georgieva por su responsabilidad en el "préstamo ilegal" a la Argentina. Sobre esa afirmación no hay mucho sustento, ya que el estadounidense siempre fue considerado el más duro a la hora de discutir las condiciones del crédito.

Además fue quien se opuso desde el inicio a que el BCRA pudiese intervenir en el mercado con las divisas prestadas (fue el ideólogo de la banda cambiaria ancha), posición que relajó por la presión que recibió el directorio del FMI de parte de los principales países que lo integran. El Central, además, no vendió los dólares por gusto, sino para evitar una devaluación mayor. Los acreedores conocen esta versión de la historia, pero dudan de que sea positivo tanto mensaje superpuesto.