

Los problemas suelen estar en el fondo más que en las formas. Parecía todo preanunciado, pero poco fue lo que se pudo hacer para evitarlo. Y no se está hablando de lo futbolístico. Lo deportivo, en este caso, es el capítulo que menos importa. La barbarie que siguió –y antecedió- al histórico descenso de River a la B Nacional es una muestra de la gran debilidad institucional y dirigencial de la Argentina.
Es casi un lugar común decir que en este país el fútbol, para bien o para mal, es más que un acontecimiento deportivo. Y River es más que los once jugadores que esta tarde cargaron con la mochila de una Promoción. Es una institución importante, con reconocimiento internacional, que llega a esta situación por una crisis financiera y dirigencial que comenzó mucho antes que los 180 minutos de la Promoción con Belgrano de Córdoba.
A pocos días de ser sede de un evento continental como la Copa América, la Argentina –y el mundo- ve hoy que sigue siendo una quimera en estas tierras poder disfrutar civilizadamente de un espectáculo deportivo, que los operativos de seguridad fallan, y que una institución importante como River cae en el descontrol.
Son escenas del país real, que exige respuestas sociales y dirigenciales contundentes. Los flashes de la escena política apenas un día antes, dominada por los anuncios y las pujas electorales, quedaron rápido en un segundo plano.
Apenas una buena: muchos apostaban a que cualquier arreglo iba a impedir que un grande cayera, algo impensado. Al parecer, no lo hubo.
La semana seguirá con el impacto deportivo en la boca de todos. Pero hay otras muchas cosas que merecen explicaciones. ¿"Que se vayan todos", como pidió la hinchada, o -mejor- que se hagan cargo todos?










