

Todos los 7 de abril se celebra el Día Mundial de la Salud, una oportunidad para reflexionar y recordar los avances científicos que han mejorado la calidad de vida de las personas a lo largo de la historia -como puede ser la creación del bypass coronario, el descubrimiento de la penicilina o el desarrollo de vacunas- y así motivarnos a seguir buscando soluciones para hacer frente a los retos sanitarios de hoy y del mañana. Sin dudas, es un momento que vuelve a poner sobre la mesa la importancia de promover no sólo el bienestar de las personas, sino también el acceso equitativo a la atención sanitaria y sus tratamientos.
El cuidado de la salud siempre ha significado el principal desafío para la industria farmacéutica y en los últimos años, especialmente con la pandemia de por medio, ese norte nos permitió liberar todo nuestro potencial, expandir el conocimiento y aplicar la tecnología, la ciencia y el talento para dar un salto nunca visto en materia de innovación. No solamente desarrollamos una vacuna en tiempo récord, sino que aprendimos a potenciar el trabajo en conjunto con otras empresas, academias, entes reguladores y estados.
A partir de esta experiencia, quedó en evidencia que la nueva era de salud se caracterizará por el valor del trabajo colaborativo, marcado por la innovación y el aprovechamiento de las nuevas tecnologías. Desde el sector farmacéutico, estos últimos años fueron clave para seguir consolidando este nuevo paradigma. Pero, ahora, ¿cómo seguimos?

La innovación debe tener como objetivo aportar soluciones para mejorar la vida de la población. Cuando hablamos de nuestro rol en el ámbito de la salud, eso significa desarrollar tratamientos o vacunas y hacer que lleguen a los pacientes para brindar una mejor calidad de vida. Como médica y partícipe del sector, veo un panorama lleno de oportunidades. Sin ir más lejos, Pfizer tiene como objetivo introducir 25 innovaciones para 2025 que cambien el paradigma de enfermedades que no tienen cura o cuyas necesidades de tratamiento no están totalmente cubiertas. Y ese planteo es posible porque la ciencia, la tecnología y la colaboración están en un momento de auge.
El futuro de la salud sólo tendrá éxito si la tecnología llega a los pacientes que las necesitan. La equidad debe encontrarse en el corazón de nuestra tarea, adaptando todos nuestros esfuerzos a donde haya mayores desafíos de salud pública. Esa equidad implica ir más allá del desarrollo y la manufactura de medicamentos para crear redes de trabajo que permitan conectar a los profesionales de la salud, las sociedades científicas, las entidades reguladoras, los pacientes y todo el ecosistema de salud.
Y es así como la colaboración toma un rol fundamental, tanto con gobiernos como instituciones de salud y organizaciones de pacientes. La educación médica continua, por ejemplo, es fundamental. No sólo para que la comunidad médica conozca y entienda el uso y valor de las innovaciones que vienen, sino también para construir proyectos holísticos e integrados, centrados en el valor de las innovaciones, basado en datos y adaptándose al contexto permanentemente cambiante para poder aportar instrumentos que faciliten el acceso.
Tenemos las herramientas para responder a esta demanda, pero es necesario dar un mayor impulso al acceso a estas innovaciones, para ponerlas al alcance de todos y que logren ofrecer todo su potencial. Aún tenemos mucho por hacer y debemos aprovechar este momento histórico para desarrollar cada vez más innovaciones que mejoren la vida de los pacientes, no solo para 2023 sino para todos los años que se vienen por delante.













