

El dilema es muy antiguo y no reconoce una posición unívoca. Admitida la existencia del Estado y evitada, ex profeso, cualquier referencia a su dimensión, surge la problemática del fondeo de la actividad estatal cuyo beneficio repercutirá en el conjunto de la sociedad.
El endeudamiento bien entendido no tiene vinculación alguna con el financiamiento artificial generado a partir de la creación de dinero y sus consecuentes presiones inflacionarias. Se trata de la deuda genuina que, de forma similar a los impuestos, supone en primera instancia un traspaso de recursos de los particulares en favor del Estado.
Esta característica común, sin embargo, no implica soslayar las sustanciales diferencias entre ambos instrumentos: mientras en la imposición prevalece la obligatoriedad, en el endeudamiento prima, de mediar confianza, la voluntariedad. Asimismo, el esfuerzo tributario de la comunidad en un momento determinado difiere radicalmente del endeudamiento por cuanto, el uso de este último, exige una disciplina fiscal mayor de las generaciones futuras al tener éstas que afrontar no sólo el desempeño corriente del Estado sino también, vía recaudación tributaria, la devolución de los fondos previamente obtenidos más los correspondientes intereses.
Esta circunstancia ha llevado a entender, acertadamente, que el producto del endeudamiento real debería estar focalizado en no solventar el gasto corriente, de forma tal que su ventaja sea apreciable por las generaciones presentes y futuras. En esa línea, aunque debatible, la deuda interna estatal ha sido identificada como un mecanismo de redistribución de la riqueza pero que, indubitablemente, no podría crecer indefinidamente atento al mayor peso impositivo que recaerá en los contribuyentes futuros.
Más demandante aún resulta la deuda contraída con sujetos externos así como también aquella que es convertida a moneda extranjera; ello porque su cancelación total no sólo requiere del esfuerzo fiscal de los contribuyentes venideros sino, adicionalmente, la obtención de las divisas que posibiliten tal cometido.
La combinación acertada de deuda e impuestos previo reconocimiento de sus diferencias, límites y efectos deviene vital en el adecuado plan de financiamiento estatal. No obstante, frente a la necesidad de mayores recursos, resulta prioritario el replanteo de las variables en cuestión cuando la presión tributaria haya superado los límites compatibles con la reactivación de la actividad económica y, asimismo, el nivel de endeudamiento, interno y externo, haya trepado a niveles preocupantes, medido en función de las exigencias de recaudación y saldo de la balanza de pagos que serán necesarios en los años por venir.
Presentado este escenario, la lógica indica y justifica con creces una exhaustiva revisión de la magnitud del gasto público; ahora bien, la búsqueda de una solución integral equitativa impone, asimismo, redoblar las acciones tendientes a explicitar la base gravable oculta proveniente de la economía informal.













