

CFK aseguró en New York que "se habla ya de la Argentina como la nueva Arabia Saudita", una opinión que exhibe su peculiar mirada sobre Medio Oriente. La Presidente defiende al sistema democrático, la vigencia de los derechos humanos, el uso de la ecología para modificar la matriz energética mundial y la independencia política ante la presión constante de los Estados Unidos, valores globales que se deberían compartir y multiplicar en el Siglo XX. Sin embargo, esta perspectiva ideológica de Cristina contrasta con el régimen político administrado por la familia Saud, muy cercano a la tiranía y a la dependencia con la Casa Blanca.
Franklin Delano Roosevelt terminó la cumbre en Yalta con Winston Churchill y Josef Stalin, abordó el crucero USS Quincy, navegó por el canal de Suez y se encontró con Ibn Saud, rey de Arabia Saudita. Era febrero de 1945, la Segunda Guerra Mundial terminaba y Estados Unidos cerraba un pacto con Arabia que implicaba petróleo barato por armas y respaldo político a un clan religioso que jamás pensó construir una sociedad moderna.
CFK reveló que fue amenazada por el Estado Islámico, una banda fundamentalista que asola Irak, Siria y Turquía. Esta facción tiene más poder que Al Qaeda y Estados Unidos investiga el origen de los fondos que utiliza para financiar una yihad que se extiende a Medio Oriente, Asia y Europa. La CIA tiene probado que fondos negros de origen saudí apoyaron las primeras ofensivas del Estado Islámico contra el régimen sirio de Bashar al Asad, otro dictador que asfixia las libertades democráticas de su pueblo.
La familia Saud viaja a Occidente, conoce los conceptos del sistema democrático y saben la importancia de la pluralidad de ideas en las sociedades modernas. Sin embargo, apoyados por la dependencia energética de los Estados Unidos, sostienen un sistema religioso conservador que tiene una interpretación oscura sobre el Corán, que en su correcta interpretación defiende la sabiduría y la convivencia entre los pueblos.
El petróleo ha impactado sobre la vida en la tierra y su peso político fue imposible de modificar por la alianza que ata la Casa Blanca con la familia Saud. Arabia Saudita provee a Estados Unidos y su peso estratégico hizo casi imposible modificar reglas de juego que profundizan los efectos negativos del cambio climático. Barack Obama intentó reformar esta matriz, pero fracasó como sus antecesores republicanos y demócratas.
CFK debería profundizar sus conocimientos en Medio Oriente. No es posible firmar un acuerdo sobre la AMIA con Irán, defender a Hezbollah durante la última guerra en Gaza y asegurar que Argentina será como Arabia Saudita, cuando el sistema internacional tiende a evitar los saltos bruscos en las relaciones exteriores.
En Medio Oriente no se construyen castillos de arena y sus protagonistas eligen callar antes de usar parábolas que suman confusión a un escenario exacerbado por un nuevo jugador fundamentalista que puso en jaque a todas las regla de juego. Nunca se vio que Siria, Israel, Arabia Saudita, Turquía, Estados Unidos, Rusia, China, Irak, Irán y Europa reconozcan que tienen un enemigo común. CFK hoy podrá comprobar esta circunstancia cuando participe de la Asamblea General y del Consejo de Seguridad de la ONU. No es tarde para escuchar y permanecer callado. Aunque sea un ratito.













