Gestión de riesgo y coronavirus: por qué la pandemia no fue un cisne negro

Las lecciones que nos deja esta crisis.

Estamos viviendo un momento de gran incertidumbre y muy pocas certezas. Una de las certezas, parecería ser que nadie sabe muy bien cómo reaccionar frente al problema del COVID-19.  Nadie lo estaba esperando, nadie sabe cómo manejarse, ni que va a pasar.  Se escucha que nos ha atacado un cisne negro. ¿Es tan así? ¿Fue este virus un cisne negro?  Veamos algunos datos que nos van a ayudar a entender un poco mejor.

Todos los años, la aseguradora alemana Allianz y el World Economic Forum (WEF) publican un  estudio en el que presentan los principales riesgos que los empresarios, académicos y pensadores, prevén para el año siguiente. Las ediciones para 2020 de ambos estudios, publicadas antes de fin del año pasado, tenían en su listado de riesgos, peligros relacionados con una pandemia o una propagación de enfermedades contagiosas a escala mundial. Es decir, cualquiera que siguiera los pronósticos de riesgo tendría que saber que este riesgo estaba en el radar. Esto es, o debería ser, especialmente importante para los responsables de la salud pública mundial y de los países en particular. 

Adicionalmente a los estudios mencionados, en los últimos años ya habíamos tenido varias alertas, en forma de gripe aviar, porcina, etcétera. Habíamos visto varias enfermedades contagiosas expandiéndose por la población mundial, con mayor o menor impacto, por lo que esto no era un fenómeno completamente desconocido para nadie.

Tampoco podemos soslayar que hace tiempo venimos observando un fuerte proceso de urbanización en el mundo. En 1960, poco más de 1 billón de personas (el 34.9% de la población mundial) vivía en ciudades, mientras que en 2017, los habitantes de las ciudades ya eran más de 4 billones (el 58.5% de la población mundial). Por otro lado, los medios de transporte, cada vez más masivos y accesibles, generan un mayor flujo de viajeros, sin anticuerpos, y con las defensas bajas por el estrés y el cansancio del ritmo de vida actual.  Es fácil comprender que, con todos estos factores, la población es más vulnerable.

Adicionalmente, la población ha envejecido sensiblemente. Además del aumento de la expectativa de vida que se duplica en un siglo, pasando de casi 35 años en 1920 a 73.4 años en 2020, la cantidad de personas de más de 60 años en el mundo, pasó de unos 200 millones en 1960, a más de un billón en 2020.

En fin, por la confluencia de todos estos factores, algo de esto era previsible, al menos para quienes deberían estar siguiendo estas tendencias en el mundo.

En este momento estamos en pleno debate respecto de si las medidas de un país son mejores que las de otro; si un gobierno está sobre reaccionando o si está subestimando el problema; si la población se comporta de manera adecuada; y una cantidad de otras discusiones.  Nos hemos convertidos todos en epidemiólogos, expertos en virología, escuchamos audios y vemos videos que llegan vaya uno a saber de qué fuente. En este artículo, sin embargo, no quiero agregar a este debate, no creo poder sumar en esos temas.  Quisiera hablar de la gestión de los riesgos y la gestión de la crisis. Qué aprendizaje podemos tener a ese respecto. Esto aplica a cualquier crisis, en una sociedad, una empresa, o cualquier institución, no es solo relacionado con una pandemia, sino con cualquier crisis.

El origen de una crisis

Una crisis proviene de un riesgo que se materializa. Si ese riesgo está en nuestro mapa de riesgo vamos a estar preparados para enfrentar la crisis que genera, sino, vamos a tener que improvisar.  El primer concepto que quisiera remarcar es: esta crisis no fue un cisne negro.  Un cisne negro es un evento inesperado, pero inesperado porque no se lo podía prever. Esto fue inesperado por desidia propia. Nadie estaba esperando una pandemia simplemente porque decidieron no esperarla, vimos en la introducción de este artículo que había suficientes señales de que esto se podía materializar.

Lo deberíamos haber estado esperando. Preparados. Había señales de sobra que nos permitían preparar las medidas de mitigación del caso. Sin embargo, no estábamos listos, quienes deberían haberlo estado simplemente no hicieron su trabajo (el cisne negro es siempre un gran aliado para justificar la desidia). Se nos vino encima la pandemia y no la estábamos esperando. No teníamos un plan. Y no estoy hablando del gobierno argentino, esto aplica a las autoridades sanitarias del mundo. Nadie estaba preparado.

La gestión de crisis se hizo ex post. Vino la crisis y salieron corriendo a buscar expertos y a tratar de armar un plan. Esto es un error garrafal, y lo suelen cometer empresas, instituciones y gobiernos por igual. A la crisis se la espera. Preparados. La gestión de crisis debe ser anterior a la crisis, no posterior. Sino, lamentablemente, siempre la vamos a correr de atrás. Y en casos en que la crisis es grave, como en este, la enfrentamos con pánico, y en el pánico nadie logra pensar con claridad. Nadie logra tomar decisiones racionales. En casos como el actual, el pánico se transmite a la población, y lo que sobreviene es un caos. 

El costo de las medidas tomadas en medio del pánico es incalculable, y su efectividad, probablemente sea discutible. Ya vamos a ver que, una vez que la crisis pase, van a salir todos a opinar de lo que se debería haber hecho. ¡Tarde!

Es hora de entenderlo. Gestión de crisis es gestión de riesgo; no hay manera de disociarlas.  Se hace ex ante, no ex post.  La gestión de crisis empieza identificando los riesgos que la puedan disparar, buscando sus determinantes (los factores que los generan, que los disparan) y midiendo los riesgos comprendiendo su probabilidad e impacto. Se hace un seguimiento de sus determinantes, y se planifican las medidas de mitigación tendientes a disminuir su probabilidad de ocurrencia y/o su impacto. Todo eso es parte del plan de gestión de los riesgos que disparan una posible crisis.

La gestión de crisis es un mitigante a la crisis generada por un riesgo. Si no lo entendemos así, el resultado es lo que estamos viendo ahora, intentar pensar y delinear una estrategia en medio de la crisis, en medio del caos, generando un caos adicional en donde nadie sabe bien cómo reaccionar, y donde se terminan tomando medidas ineficientes, ineficaces, y caras. 

Esta crisis pasará, pero nos está regalando una gran oportunidad para que, de una vez por todas, no subestimemos los riesgos ni sus consecuencias, y generemos un plan de mitigación en el momento adecuado: es decir, mucho antes de que la crisis se declare.

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