¿Es posible usar el poder de los mercados para reducir la pobreza?
Acontecimientos como el Brexit o la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos, revela la existencia de un embate antiglobalizador. Esto está generando nuevas reflexiones por parte de las elites del mundo desarrollado sobre la necesidad de brindar nuevas respuestas ante una distribución tan desigual de los beneficios de la globalización.
Es que las políticas de libre comercio, a partir de la estrategia de ciertas empresas internacionales o la existencia de bajas retribuciones salariales en ciertos países, han impactado en forma negativa a vastos sectores de la población a nivel mundial.
Por otro lado, rol de los mercados financieros y los movimientos de enormes flujos de capital tienden a potenciar los factores de desigualdad. Es que, esos movimientos pueden generar impactos sociales negativos que se agudizan en el caso de aquellos países que enfrentan situaciones de crisis. Tal como ocurrió en la Argentina del 2001 donde, mientras ciertos fondos de inversión hicieron cuantiosas ganancias, los índices de pobreza crecían a niveles sin precedentes.
Actualmente Venezuela afronta una fuerte situación de crisis, y a pasar de ello (o tal vez a causa de ello) es uno de los países donde grandes inversores internacionales tienen puestos sus capitales.
Los bonos de deuda venezolana rinden casi un 30% anual en dólares, tasa realmente tentadora si se tiene en cuenta que, a nivel mundial, las tasas se encuentran en niveles sumamente bajos. Si bien esos niveles se encuentran ligados al riesgo de impago, la realidad es que Venezuela continúa pagando y el cumplimiento con los costos de este endeudamiento lo termina sufriendo la población de menores recursos. Y enfrentar una situación de altos costos de endeudamiento podría llegar a plantearse nuevamente en la Argentina frente a la actual situación macroeconómica.
Esto ha llevado al economista Ricardo Hausmann a señalar que la inversión suele crear dilemas morales en cuanto a sus metas y a preguntarse si se debe buscar solo que a uno le vaya bien o también hacer el bien.
En ese contexto hace referencia a la reciente popularidad de los llamados fondos de inversión de impacto que, si bien al igual que los fondos de inversión tradicionales, prometen buenos retornos, promueven al mismo tiempo objetivos sociales y/o ambientales. Es una forma de permitir que un segmento más amplio de la población se beneficie, directa o indirectamente, de los recursos financieros.
La inversión de impacto apunta a generar, además de resultados financieros, un impacto socio-ambiental positivo. Esto marca una diferencia tanto en relación con los fondos de inversión tradicionales como con las donaciones o procesos de filantropía.
Otra de las alternativas, menos conocidas a nivel local, son los Bonos de Impacto Social (BIS), que al igual que los títulos de deuda tradicionales, ofrecen una tasa de retorno, pero atada a un objetivo de impacto real.
Los BIS, a diferencia de los fondos de inversión de impacto, resultan de una coordinación pública privada, ya que, es el gobierno el encargado de gestionar que se cumpla el objetivo pautado, en general mediante alguna organización que estará monitoreada tanto por el Estado como por los inversores privados. Colombia se ha convertido en el primer país en desarrollo en emitir un BIS, por un valor total de u$s 8,5 millones, destinado a crear 514 puestos de trabajo para personas que se encuentren en situación de vulnerabilidad.
Según un informe del Global Impact Investing Network (GIIN), organización dedicada a aumentar la escala de la inversión de impacto, ya se mueven a nivel internacional más de u$s 60.000 millones en inversiones de esta índole.
Si bien se trata de una cifra que puede resultar pequeña comparada con los flujos financieros internacionales, su expansión podría ser potenciada en la medida en que los gobiernos e instituciones internacionales promuevan activamente este tipo de inversión. Sería una manera de contribuir a legitimar el rol de los mercados financieros utilizando su poder para generar impacto social y mejorar el desigual mundo en que vivimos.