Dilema oficial: seguir el plan de Guzmán o el electoral

Los políticos suelen ser retratados como seres insensibles y alejados de las necesidades del ciudadano de a pie. En años electorales, esta hipótesis suele ser puesta a prueba con su mayor crudeza. La lucha por el poder es inherente a la actividad política, y pedir lo contrario sería como reprocharle a un empresario porque quiera ganar dinero.

Sin embargo, cuando el mundo está acechado por una pandemia que no registra antecedentes por su escala, y nuestro país arrastra la resolución de problemas de larga data, transitar un año electoral puede presentar riesgos adicionales debido a que las sensibilidades de los electores estarán seguramente a flor de piel. Veamos:

El primer desafío para el gobierno de Alberto Fernández pasa por cómo afrontar un problema de salud pública que impacta sobre todos los órdenes de la vida humana, y en el que la mayoría de las variables, no son controlables.

Si bien en el escenario más optimista la aparición de una multiplicidad de vacunas lleva a pensar que la pandemia estaría controlada en el mediano plazo, muchos científicos advierten que podría no ser así. Incluso, hoy en día, mientras el operativo de vacunación ha comenzado con el cargamento de 300.000 dosis de la Sputnik V traída de Rusia, nos encontramos frente a la incógnita acerca de si la Argentina se encuentra frente a la segunda ola de contagios que ya se ha desatado en Europa.

En este marco, a todos los gobernantes les ha sucedido pasar del apoyo patriótico a la crítica feroz. Ni la exitosa y correcta Angela Merkel se ha salvado, tal como lo muestra una reciente nota del diario alemán Der Spiegel. 

Es muy baja la probabilidad para cualquier gobierno de salir exitoso frente a un escenario que, en el mejor de las casos, podría ser levemente negativo. Miremos sino el ejemplo mas cercano: el cierre total de fronteras que tuvo que realizar el presidente Lacalle Pou en Uruguay en plena temporada vacacional con el consiguiente impacto sobre la economía de aquel país hermano.

Trabajar sobre el fortalecimiento del sistema de salud, reducir daños, ampliar al máximo posible los esfuerzos para vacunar y esperar que la evolución de casos no impacte nuevamente sobre la economía. No mucho mas que esto parece ofrecer el menú de opciones, en nuestro caso además reducidas frente a una situación fiscal compleja.   

El segundo desafío pasa por la resolución de la cuestión económica. Esto implica cerrar el acuerdo con el Fondo Monetario, que no es un tema menor, pero tampoco el único aunque se lleve la atención de los actores económicos. En un año electoral, es clave para quien gobierna retomar la senda del crecimiento al mismo tiempo que se atienden cuestiones que pueden tener un tinte antipopular, como por ejemplo, la actualización de las tarifas de servicios públicos. Recordemos que hay casi nulos antecedentes de triunfos electorales con recesión. 

En la resolución de los múltiples dilemas que se jugarán alrededor del plan propuesto por el ministro Guzmán versus los intereses de aquellos políticos que se preocupan por ganar elecciones, pasará parte de la suerte del gobierno en el 2021. Esta contradicción la dejó bien clara la vicepresidenta en el acto realizado en La Plata el 17 de diciembre cuando resaltó que el Frente de Todos había sido elegido por la unidad, pero sobre todo por el recuerdo del pasado ciclo kirchnerista. Algo así como la verdad peronista número 21: no es que fuimos tan buenos sino que los que nos sucedieron fueron peores.

Si estas dos cuestiones son sorteadas con éxito, al oficialismo le resta el armado de una propuesta electoral unificada, que no parece estar amenazada por el momento. Esto no significa soslayar las diferencias que pueden existir entre el presidente Fernández y CFK. Sin embargo, mas allá que sería recomendable que el Frente de Todos encuentre mecanismos menos traumáticos para procesar y resolver sus diferencias, no aparecen hoy incentivos a la vista como para pensar en una ruptura.

Finalmente, al Gobierno le queda el recurso de apelar al acompañamiento que suelen obtener los gobiernos en su primera elección legislativa de medio término que demanda una economía mínimamente en movimiento, y que supone que los desafíos 1 y 2 estén resueltos, o al menos encaminados. 

Para la oposición, en cambio, los desafíos son inversos. El de primer índole pasa por la construcción de la unidad política. La salida del Gobierno se convirtió en una situación crucial para Juntos por el Cambio, ya que, desaparecieron muchos de los incentivos para seguir juntos. E, incluso, muchos actores sienten que ahora es momento de revalidar credenciales, y qué mejor que una elección legislativa para que cada uno mida la fuerza con la que cuenta. Carrió largó primera al informar que será candidata en provincia de Buenos Aires.

En el caso de Juntos por el Cambio se agrega un elemento adicional: la performance económica del gobierno del presidente Macri generó decepción en una franja de los sectores que lo apoyaron. Y esto se cristaliza en la amenaza concreta de la emergencia de una tercera opción electoral, una propuesta liderada por liberales del estilo de Espert o Milei. 

Si a las diferencias entre halcones y palomas al interior de la principal fuerza opositora se agrega una tercera opción electoral que dispute parte de sus votantes, a Juntos por el Cambio se le va a hacer cuesta arriba poder ganarle a un oficialismo de color peronista que suele tener un piso electoral elevado cuando está unido. Cristina Kirchner, sola, obtuvo el 37% de los votos en el mejor momento electoral de Cambiemos en 2017 (en la misma elección Randazzo obtuvo casi 6% ¡a usar la calculadora!).

Sobre la pandemia y la economía a la oposición no le queda mucho por hacer, más que mantenerse a una prudente distancia del Gobierno y apostar al juego de la grieta. Al final, aquí como en todas partes, suele operar casi sin fallas esta máxima: las elecciones las ganan y las pierden los oficialismos.     

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