Sergio De Loof, el rey del under en los '90 y una exposición provocadora en el Museo Moderno

Fue el creador de lugares míticos como El Dorado, Ave Porco, Morocco y Bar Bolivia. Una muestra antológica en el Museo de Arte Moderno porteño le rinde tributo a quien fuera anfitrión de Susana Giménez a Mauricio Macri.

Artista multifacético, diseñador, videasta, ambientador, creador de lugares que se convirtieron en marcas de época, como el Bar Bolivia, El Dorado, Morocco, Club Caniche, Ave Porco, Café París: Sergio de Loof es un ícono del under porteño.

Ahora protagoniza ‘¿Sentiste hablar de mí?’, su primera exhibición antológica en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, curada por Lucrecia Palacios, que estará hasta abril de 2020. Es una celebración de la impronta y el legado de Sergio De Loof a través de una antología que reúne sus trajes, creaciones, filmes y videos realizados desde mediados de los ’80 hasta la actualidad, así como 9 grandes ambientaciones inéditas.

La apertura de la exposición es hoy, a partir de las 19, con entrada libre y gratuita. Y contará con la participación de la Banda Sinfónica de la Ciudad de Buenos Aires que, bajo la dirección de Mario Perusso y Lito Valle, interpretará un repertorio seleccionado junto De Loof en la entrada del Museo (Av. San Juan 350). También musicalizará el evento DJ Vintage, desde la sala de la exposición.

 

 

Tal como sucedía en las noches creativas de la década del ‘90, lo de De Loof es una apuesta colectiva: sin el otro no podría realizarse. En este caso, la muestra cuenta con la colaboración clave de Fundación IDA, que restauró y prestó el material de archivo del artista. Además, el Museo del Cine digitalizó 100 cassettes VHS para que el público pueda sentarse en sillones a mirar el registro de aquellos desfiles excéntricos y multitudinarios, míticos hasta ahora. Y se destaca también la tarea del Complejo Teatral de Buenos Aires, el Teatro Argentino de La Plata y el Museo de la Ciudad para que los 800 metros cuadrados de la sala de El Moderno replique, con su ambientación, el espíritu de esas noches salvajes.

Sos un esteta de la pobreza, pero sos adorador de los palacios, del rococó, la revista Vogue y la alta costura. ¿Qué te da ese mundo?

Alas. Me da libertad. No soy el director de Gucci porque me tocó nacer acá, pero podría serlo. Es fácil decirlo, pero no nací en París. Estoy hablando con vos y comiendo un tostado. Compraba la Vogue estadounidense en un puesto de Florida y Paraguay porque me encantaba Anna Wintour. Yo no leía en inglés, así que era mirar.  Eso me dio alas: imaginar. Igual que mirar cine. Así aprendí moda. Sentí que podía hacer cualquier cosa.

 

 

 

 

 

¿Qué te inspiró tanto de Vogue USA en los ‘90?

Lo que me dio la Vogue fueron figuritas que me liberaron de cualquier timidez. Ver los desfiles de Alexander McQueen, John Galliano, Christian Lacroix... Recién vi uno de Gucci que me dejó loco. Me pregunto donde vive la gente que consume Gucci, a qué fiestas va. Eso demuestra que la moda también es teatro, una manera distinta de contar y transmitir una sensación, sin texto. La moda es arte.

¿Cúal fue tu aporte a la cultura popular?

Nadie estuvo tan en su tiempo como yo en mis desfiles de moda y mis clubs. Conocerse en un club como los míos también era una forma de arte. En ese momento, el arte no pasaba por las galerías sino por la noche: nos queríamos conocer. Eran los días de El Dorado, Morocco, Club Caniche, lugares que reflejaron que el arte pasó por diferentes formatos.

Muchos señalan que tu Bar Bolivia marcó el inicio de los ‘90

Sí. Era 1989, pero no se puede decir que eran los ‘80 sino el inicio de la década del ‘90. Todos los artistas y diseñadores terminaron ahí, fue nuestro lugar de encuentro. Más allá de lo que digan todos, soy el líder. Ojo: me dicen ‘el rey de under’, pero no es así. Porque en ese momento había muchos under, y yo soy el rey de ‘mi’ under. Que era todo lo opuesto a estar vestido de negro. Nosotros salíamos de colores flúo, celeste, rosa, verde. Ofrecíamos otra cosa. Antes de Bolivia no tenía idea de la moda. Fui a la Primera Bienal de Arte Joven y vi dos chicas besándose en el desfile de Andrés Baño: eso me liberó. Para mí, un gay que había sufrido tanto, fue liberador. Ahí empezó a interesarme la moda. Los diseñadores de la Bienal -Gabi Bunader, Baño y Gabriel Grippo- representaban a un tipo de persona. Entonces, tomé todo lo que ellos no habían hecho y lo convertí en mi estilo. Traté, con mucho atrevimiento, de hacer lo que no había, como moda de los ’40 y ’50.

 

 

 

 

Te anticipaste al boom del vintage.

Hacía compras en el Cottolengo Don Orione. Con lo que encontraba ahí, nos disfrazábamos. Compraba pelotas de telgopor y hacía collares. Éramos los distintos. Hoy lo llaman vintage.

¿Por dónde pasaba la inspiración visual?

Benetton era moda. Y Madonna nos inspiraba. Pero MTV me rompió la cabeza: fue muy importante, como ahora lo es Netflix. Veíamos cosas llenas de fashion que nos hacían sentir menos freaks.

Cuando la prensa decía que hacían arte light o bizarro, ¿se enteraban, les importaba?

No, yo sólo leía a Laura Ramos. Ella escribía de nosotros en 'Buenos Aires me mata', una columna que salía los viernes en el suplemento Sí del diario Clarín. Cada semana era ir corriendo a ver si nos nombraba. De la otra prensa no me acuerdo.

¿Cómo fue que cambió la noche en los ‘90? Pasaste de ser under al anfitrión de Susana Giménez, Franco y Mauricio Macri…

Eso fue gracias a Javier Lúquez, el relacionista público. Él pasó por la esquina de El Dorado y vio una cortina drapeada, sucia, sacada del Cottolengo, tocó la puerta y preguntó quién la había hecho. Ahí empezó todo. Javier logró que nos llamaran de todos lados, hasta de Patio Bullrich y del programa de Teté Coustarot. Empezamos a ser mainstream.

 

 

 

¿Pagaste algún costo personal por tanto agite nocturno?

Sí, tuve una seguidilla de hacer todo pegadito: armaba un nuevo lugar y luego otro. Estuve un tiempo internado No entiendo cómo fue ni cuánto tiempo, pero se me hizo largo. Desaparecí. Y en ese tiempo la gente siguió viviendo. No podía escribir una palabra y le pedí al psiquiatra que me sacara de ese momento. Trabajando con el grupo Mondongo me subí a un taxi y escuché un tema de la banda de cumbia La Re-Pandilla. ¡Nunca más pude no escribir! Me gustó ese nombre porque todos somos una re-pandilla. Volví a la vida y ahora llegué a esto, a una muestra en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Un sueño.

¿Te movilizó el armado de ‘¿Sentiste hablar de mi?’?

Fue un proceso muy interesante, antológico, con el deseo como eje. Pregunté en Facebook si manda la curadora o el artista: ganó la curadora. Lucrecia dijo que la muestra tenía que adecuarse a ese carácter multifacético mío. Tiene mucho material, desde 1986 a la actualidad. Se me vino toda mi personalidad y locura encima. Para mí, los de El Moderno se la re jugaron porque soy un loco, un underground. Colecciono basura. Soy re talentoso también, pero no viví estos últimos años con personas que adhieran conmigo. Por eso, este reconocimiento lo vivo como algo muy especial. Es una retrospectiva de mi vida, más obra nueva. Todo lo decidió Victoria Noorthoorn, la directora del museo, al elegirme.

¿Quién es De Loof modelo 2019?

No soy El Dorado ni Bolivia. Ya no soy ese, pero soy todo eso. Ahora yo mismo quiero habitar mi muestra, sentarme frente a mis videos y sorprenderme.

 

 

 

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