

Desde hace algunos años, el apoyo al emprendedor, al menos desde lo discursivo, es moneda corriente. Es, si se quiere, políticamente correcto. Se podría decir que se ha convertido en un lugar común. Nada cabe objetar a ello, pero sí preguntarse ¿cuál es nuestro real compromiso con ellos?, ¿qué tan en serio nos tomamos dicho discurso?
Nuestro país ha dado un primer paso y ha materializado la tendencia señalada mediante la sanción de la ley 27.349 de Apoyo al Capital Emprendedor, mediante la cual se prevén diversas medidas encaminadas a ofrecer respuestas y herramientas para este sector particular de la economía.
Sin perjuicio de las virtudes de esa ley, lo cierto es que, a simple vista, brilla por su ausencia el tratamiento de la situación de los emprendedores cuando, por decirlo de algún modo, "fracasan". Los apoyos del Estado pareciera que, en mayor o menor media, están, pero se retiran cuando los proyectos no resultaron según lo deseado. Sería deseable, como complemento, pensar en la necesidad de brindar segundas oportunidades a los emprendedores, estableciendo un régimen diferencial al previsto en la ley de concurso y quiebras, la cual ha dado muestras de su ineficiencia sobre el particular.
De esa manera, cabe proponer a las caídas como parte del recorrido y entender que si es difícil caminar mucho más lo es levantarse, siendo prácticamente imposible con la carga de deudas pasadas. Quizás se puedan y se deban tomar medidas para que eso sea un poco más sencillo y mecanismos como el Fresh Start, en Estados Unidos, y la Segunda Oportunidad, en España, lo son.
El rigor con que en ocasiones se oyen voces refiriéndose al tratamiento que correspondería darle a quienes han fracasado en sus emprendimientos, debería ser contrastado con nuestras trayectorias individuales. Seguramente hallaremos un camino plagado de fracasos y, avanzado el recorrido, de tanto en tanto, algún éxito. Deberíamos apelar, quizás, a empatizar con los individuos audaces, que apuestan y se arriesgan. En definitiva, ¿quién no ha fracasado? Y cuanto valor surge de seguir intentando.
De hecho, Argentina puede dar una larga lista de lecciones sobre lo que significa caer, recuperarse y prosperar. Si se concuerda con ello, el brindar segundas oportunidades a emprendedores se inserta armónicamente con nuestra propia narrativa económica. Argentina ha sido tierra de oportunidades para muchos, incluso en la actualidad lo es y es deseable que así siga siendo.
En ese contexto, resulta una buena medida tomar más el control acerca de dónde terminan los emprendimientos. Si apoyamos el puntapié inicial de quienes apuestan por el país, ¿por qué no seguir apoyándolo, incluso si se tiene que dar dos veces? Las segundas oportunidades, bien reguladas, puede ser beneficiosas, no solo para los individuos directamente involucrados, sino para la sociedad en su conjunto.
Cuanto antecede, no tiene por fin más que abrir la conversación sobre la cuestión. El contexto político actual así lo propicia. Todos los argentinos estamos con expectativas sobre los cambios que se avecinan de la mano del nuevo gobierno, sea que se les considere positivos o negativos ¿Por qué no poner a este, entre otros, como uno de los puntos sobre la mesa? En este escenario de incertidumbre, el apoyo a emprendedores puede ser la clave para un futuro más esperanzador.
En definitiva, quizás el fracaso no necesariamente deba ser considerado como el final, sino como un interludio necesario en un camino más largo hacia el éxito. Empresas como Netflix, Apple, Disney, entre otras, en algún momento estuvieron por quebrar. ¿No hubiese sido bueno darles una segunda oportunidad? Más allá de leyes y reglamentos, por fuera de una hoja de balance, tal vez, repensar estos temas pueda darnos una visión renovadora de la economía.














