2004 fue un año bisagra para Martín Gándara. Tenía 34 años, llevaba 16 trabajando con su padre Celestino y había decidido romper con el ala protectora que le daba la empresa familiar para fundar la propia.
Celestino creó la marca de calzado infantil Marcel en 1971, el mismo año en el que nacía su primer hijo Martín. Desde chicos les enseñó a él y a sus dos hermanas el nicho del calzado: los llevaba a exposiciones en Italia para ver maquinarias, les mostraba el proceso de fabricación de los zapatos. Toda la producción de Marcel se hacía en cuero y en la Argentina: unos 2000 pares diarios.
Martín Gándara, contador, empezó a trabajar en la empresa familiar en su primer año de carrera. Pronto Marcel empezó a crecer: a lo largo de los años fueron agregando nuevas -pocas- líneas de calzado y la empresa se transformó en una marca conocida por sus zapatos colegiales.
“Llegó un momento en el que quería que empezáramos a fabricar zapatillas deportivas, porque veía una tendencia creciente en ese segmento. Pero mi papá no quería; a él solo le interesaba el calzado de cuero y colegial. Le planteé entonces irme para empezar mi propio proyecto, pero no me quiso ayudar. Me dijo: ‘Estás por tu cuenta’”, dice el empresario mientras toma su café en el barrio de Barracas.
Gándara detectó que las grandes marcas de indumentaria infantiles de aquella época como Cheeky y Mimo, vendían “de todo”, menos calzado. Como no tenía capital para empezar con su marca propia, se juntó con un diseñador infantil. “Le dije, ‘si vendemos, te pago el modelo y después vemos cómo lo fabricamos. Armamos colecciones y vendimos”, recuerda.
La primera empresa que le compró fue Cheeky: unos 300.000 pares a producir en 180 días.
“Yo no tenía fábrica y de pronto tenía que producir una cantidad inmensa de zapatos. Me acostaba a las 11 de la noche y me levantaba a las tres de la mañana porque tenía que crear una fábrica que produjera unos 2000 pares diarios. No tenía máquinas, no tenía galpón, no tenía nada. A las dos semanas Daniel Awada -fundador de Cheeky- se enteró de que no tenía una fábrica y me mandó a llamar. Me preguntó, ‘¿cómo vas a hacer los zapatos?’. Le dije que lo iba a resolver de alguna manera, pero que necesitaba que me adelantara el 30% del pago, que era alrededor de un millón de dólares. Obviamente, no quería saber nada. Pero le terminé contando mi historia y se sintió identificado, así que aceptó”, dice.
Cumplió con todos los pares y Cheeky se transformó en su primer cliente. “Ahí me di cuenta de que tenía que tener mi marca propia”, dice. Año 2005. Empezó a buscar empresas para comprar. En el mercado le querían ofrecer la licencia de Bubble Gummers, de Gatic. Pero se enteró de que Atomik “estaba dando vueltas para venderse”, cuenta.
“Ya como Atomik hicimos una colección infantil, muy chiquita. Durante la primera temporada hicimos alrededor de 200 clientes y vendíamos a todo el país”, apunta.
Hoy tienen las licencias de 47th Street, Montagne, la brasileña Beira Río, Vizzano, Modare, Moleca, Molequiña, Be sport y Activita. Además de Atomik, Gándara es dueño de Bagunza, Mono, Massimo Chiesa, Weak y, desde mayo de este año, de Marcel, empresa que le compró a su padre tras retirarse del negocio.
Pero el gran salto de Atomik, detalla Gándara, llegó después de la pandemia. “Fue un momento estratégico: había problemas de abastecimiento, faltaban insumos y también calzado. Aprovechamos esa oportunidad, invertimos y comenzamos a vender a las casas de deporte. En 2022 lanzamos además la línea de indumentaria”, explica.
Ahora, la apuesta es mayor. El año pasado la marca cerró su primer contrato de fútbol con San Lorenzo para vestir al equipo azulgrana. A una semana de su lanzamiento, la camiseta vendió cerca de 25.000 unidades. “En una hora y media, duplicó la demanda que había tenido las de Boca y River el día de sus presentaciones”, dice orgulloso.
“No es fácil competir con marcas como Nike o Adidas. Pero detectamos que los hinchas de diferentes clubes se quejan porque sienten que las camisetas son las mismas, pintadas de otro color y con un escudo diferente. Así que para San Lorenzo pusimos a todo un equipo de diseño a trabajar junto con los historiadores del club e hicimos algo distinto. Este primer año decidimos ir con la historia de San Lorenzo: agarramos la camiseta de Los Matadores y la de Bicampeón ‘72 y se hicieron nuevas, pero con tecnología totalmente moderna”, señala. San Lorenzo fue solo el comienzo de esta nueva etapa; Atomik apunta a conseguir “a los más grandes a nivel provincial”: Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Mendoza.
De hecho, la empresa estuvo cerca de entrar como el nuevo proveedor de indumentaria de Independiente y desplazar a Puma -marca que viste al club desde hace 16 años-. Pero la compañía alemana igualó la oferta de Atomik y se aseguró el contrato hasta diciembre de 2031.
“Te da mucho poder de marca trabajar con los clubes de fútbol”, dice. Tal es así que Atomik piensa en la internacionalización y proyecta desembarcar en Paraguay junto al club Olimpia. “Estamos en plena negociación, tratando de obtener la camiseta. Al presidente de Olimpia le encantó la calidad del producto”, adelanta. “El proyecto es instalar tres locales en tres shoppings de Paraguay”, dice.
Actualmente, Atomik cuenta con 33 locales -18 propios y 15 franquicias- y, si bien todos los diseños se realizan en la Argentina, desde la llegada del gobierno de Javier Milei, importan el 100% de su producción -antes mantenía un esquema mixto entre fabricación local e importaciones-. Hoy, la marca vende alrededor de 1.300.000 unidades de calzado y 400.000 de indumentaria y apunta a crecer más de 20% en unidades para este año.
Pero la vida de Gándara no se reduce al deporte. La otra pasión del empresario es el real estate. Junto a su amigo Juan Ignacio Abuchdid, actual presidente de Grupo IEB, avanzan en el desarrollo de Puerto Nizuc, un barrio privado de 360 hectáreas ubicado en Hudson.
Y adelanta: “Ahora compramos el último terreno que queda en Puerto Madero y estamos en negociaciones para hacer una torre con la marca Dolce&Gabbana”.
Cuando se le pregunta si le gustaría desembarcar en otra industria, sonríe y dice que, por ahora, quiere disfrutar de lo que tiene.













