

Recorrer los valles de Chilecito y Famatina implica internarse en un sinuoso camino entre montañas atravesando pueblos de largos callejones, con casas de adobe escondidas entre viñedos y nogales. Durante siglos, la riqueza del oro y la plata del cordón de Famatina hizo de estos valles los centros mineros más importantes de América latina. Allí, donde hoy se levantan las casas que ocuparon los buscadores de un futuro mejor, en los siglos XVI y XVII tenían sus moradas los indígenas de las culturas incaica, aguada, ciénaga y diaguita. Esa dualidad es la que acompaña al viajero.
Chilecito, uno de los destinos de esta ruta, es la principal ciudad de la región, situada a 200 kilómetros de La Rioja capital. Rodeada de fincas de frutales, nogales y viñedos, la zona fue, a principios del siglo pasado, uno de los centros económicos centrales del país. Tanto es así que aquí abrió la primera sucursal del Banco de la Nación, por la actividad minera.
Cuenta con paisajes imponentes y con profundas marcas culturales e históricas. La Cuesta de Miranda, sus iglesias, sus pueblos pintorescos y la calidez de su gente hacen de este lugar un destino imperdible. El vino es uno de los protagonistas de Chilecito. Llegó de la mano de Ramírez de Velasco, junto con los sacerdotes dominicos y jesuitas que acompañaban la expedición conquistadora. Los religiosos iniciaron la actividad vitivinícola de la provincia al instalar los primeros viñedos en el Valle de Antinaco.
Siguiendo el camino trazado por los monjes, se inició una industria que en sus primeros tres siglos tuvo carácter artesanal, hasta que a principios del siglo XX llegaron a la zona empresas y tecnología. Pero el paso trascendental en la vinicultura riojana se dio con un sello de identidad propio a partir del desarrollo de la variedad Torrontés, que sufrió en la zona una mutación genética espontánea y generó un varietal diferente a todos los demás y que hoy se exporta a numerosos países del mundo.
El recorrido por las bodegas es largo y vale la pena. Son 17 bodegas, el 75% de ellas está en Chilecito y el resto, en Anillaco, Villa Unión y Famatina. Todas permiten una parada, pero sólo cinco ofrecen servicios al turista. Algo interesante es sumar destilerías en las que preparan grapa y molinos de aceite de oliva.
Se pueden hacer diferentes recorridos. Uno de ellos es el llamado de la Costa Riojana: va desde la capital hasta Santa Cruz, la última localidad del departamento de Castro Barros. En la región existen ocho pequeñas bodegas que han conformado un circuito turístico de vinos artesanales. Estos pequeños productores aún conservan la vieja tradición de originar vino patero para consumo propio.
Las bodegas a visitar
l San Huberto: es la más importante de la Costa Riojana. Ubicada en Anillaco, fue creada en 1929 por la familia Menem. Se puede visitar la bodega, equipada con la más alta tecnología, su sala de barricas y hacer una degustación.
l La Riojana Cooperativa Vitivinícola: fue fundada en 1940 en medio del valle formado por el Nevado de Famatina y el Macizo del Velasco. Tiene más de 600 asociados. Su especialidad es el Torrontés Riojano, que se exporta a más de 25 países de todo el mundo, aunque al recorrer sus viñedos se pueden admirar otras variedades.
l Chañarmuyo Estate: es la primera bodega que se construyó en la región pensando en los fanáticos del enoturismo. Sus viñedos están a 1720 metros sobre el nivel del mar, en Chañarmuyo, un pequeño poblado del departamento Famatina. El empresario Jorge Chamasse se tentó con ese rincón de la geografía y con la ayuda de los pobladores de la zona, comenzaron a cobrar forma la bodega y los viñedos San Gabriel, en el predio en el que se emplazaba una antigua finca de frutales. Más tarde llegó la posada de diez habitaciones. Ubicados sobre 100 hectáreas al pie de un cerro que alguna vez vio florecer la cultura aguada, los viñedos llaman la atención por el negro fuerte de sus uvas. Están dispuestos de manera oblicua, con un cielo azul de fondo y cactus gigantes que resguardan el tesoro y los colores de las piedras, patrimonio de la provincia. La propuesta se pensó como un puente entre la cultura aborigen y la modernidad: dibujos con motivos típicos de los diaguitas de Vinchina y el horno de barro encendido son su marco. Bellísimo alojamiento.
l La Puerta: olivar y viñedo, en el Valle de Famatina y al lado de la Sierra de Velasco, dos cordones montañosos que dibujan un paisaje maravilloso y único. La bodega es casi la entrada al Parque Nacional de Talampaya, declarado Patrimonio Natural de la Humanidad por la Unesco. Un imponente desierto deja paso a Los Colorados en la pintoresca cuesta de Miranda, altos paredones de color rojo intenso con un camino de más de 400 curvas. Después de recorrer la bodega, se pueden probar los vinos y los excelentes aceites de oliva.
l Haras de San José: pequeña bodega que elabora de forma artesanal sus vinos, emplazada entre viñedos. Al tiempo que organizan visitas, ofrecen charlas informativas y degustaciones. La finca cuenta con cabañas donde alojarse, un gran parque y cocina casera, además de un asador. z we













