

Un helado, tal vez de fresa y chocolate, en Coppelia. Un churrasco de cerdo o pollo acompañado por arroz, frijoles y alguna ensalada fresca. Algo de swing de la vieja trova que parece colarse en el aire. Un paseo por Playa Girón. Los olores, los colores, los sentidos de aquella Cuba que se soñaba revolucionaria y que, en esos últimos años de la década del 70, dio cobijo a los hijos de los jefes montoneros que, a la luz del exilio de una convulsionada Argentina, creían que la lucha armada, el todo o nada, podría ser el camino hacia un soñado socialismo nacional. Los líderes montoneros (algunos exiliados en México, otros en España) buscaban regresar al país para emprender una confraofensiva que pusiera fin a la dictadura militar. Y, en la isla en la que, desde hacía entonces ya 20 años, Fidel Castro enarbolaba la bandera colorada, se armó un refugio secreto para que los pequeños hijos quedaran al cuidado de otros compañeros de militancia: una guardería montonera, que tuvo lugar entre 1979 y 1982.
La periodista Analía Argento, editora de Política en El Cronista Comercial, atrapada por esta historia, realizó una profunda investigación de campo, que se extendió a lo largo de cuatro años, con viaje a Cuba mediante, y dio como resultado el libro La guardería montonera (publicado recientemente por editorial Marea).
Allí, describe cómo se articuló el plan y cómo fue la vida de aquellos chicos, más de medio centenar, durante esos años en Cuba. Los recuerdos de infancia, los sueños y la camaradería con sus pares, entremezclado con los traslados en guagua (el clásico autobús cubano) y el uniforme de pioneros, en esta suerte de infancia clandestina. Autora de De vuelta a casa. Historia de hijos y nietos restituidos (2008) y Quién es quién en la política argentina (1999, en coautoría junto a Ana Gerschenson), Argento hace foco en el tiempo en la isla, el regreso al país y el presente de aquellos chicos, hoy adultos.
A favor de los pequeños
El punto de partida, explica Argento, fue su anterior libro. Una de las historias era la de Marcelo y María de las Victorias Ruiz Dameri, dos hermanos que habían estado secuestrados en la ESMA y, antes de ello, varios meses en la guardería de Montoneros. Empecé a investigar, a buscar testimonios y a generar nuevas fuentes, agrega. Con una fuerte empatía hacia estas historias, Argento se metió de lleno en la infancia de estos niños que se sentían hijos de héroes nacionales. La mayoría, hoy, reivindica a sus padres, comenta Argento.
Algunos de los chicos estuvieron mucho tiempo en la tierra de Silvio Rodríguez; otros, iban y venían.
La guardería era, para Montoneros, parte de su proyecto político y de resistencia. Para Cuba, en tanto, se trataba de una cuestión de Estado y de un modo de solidarizarse con la izquierda argentina.
Los primeros en llegar, en marzo de 1979, fueron Cristina Pfluger (Laura) junto a su marido Héctor Dragoevich (Pancho), sus hijos Leticia y Ernesto y otros 10 niños, entre ellos: Carlos, María y Malena Olmedo, hijos del exFAR Osvaldo Olmedo; María de las Victorias y Marcelo Ruiz Dameri, Claudia y Carolina Calcagno y Luche Allocati.
En La Habana, fueron recibidos por Jesús Cruz, del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, y Saúl Novoa, de las tropas especiales, de las milicias cubanas.
La guardería, como tal, era una casa con cuchetas y cunas que se distribuían en tres habitaciones, según las edades de los chicos. En la entrada de cada una colocaron pizarras con fotos de los niños y sus papás y cada noche se las mostraban y les hablaban de ellos como si los conocieran... cada viernes, Saúl Novoa escribía en un pequeño papelito. Era un informe sobre los chicos en el que decía cómo estaban, lo que necesitaban, las enfermedades que aparecían. Lo doblaba como si fuera un abanico y lo enviaba al comandante Fidel Castro, describe Argento desde el texto.
Técnicamente, hubo dos guarderías. La primera, que funcionó de 1979 a 1980, estaba en La Habana. La segunda, en Siboney, a cargo de Susana Brardinelli y Estela Cereseto.
Algunos de los nombres que pasaron por estos espacios son Susana y Gustavo Vaca Narvaja, Susana y Gustavo Sabino, Eva y Gaby Rubio, Mario Yäger, Fernanda Raverta, Miguel y Ana Binstock, Amor Perdía, María Inés Firmenich, Julieta y Juan Villarreal.
Canción de la nueva escuela
Algunos de ellos, hoy adultos, están vinculados a La Cámpora. Cuando Mario (Javier Firmenich) volvió (de rendir los últimos exámenes de su carrera en Barcelona) pensó en comprar una casa ahí mismo, en Villa Allende. Optaron finalmente por una casa en Salsipuedes y Mario ayudó a formar La Cámpora cordobesa, describe Argento desde su libro.
En muchos hay una militancia, un compromiso político o trabajan en alguna ONG. Varios continuaron siendo amigos, tienen lazos entre sí, más allá del tiempo que pasaron en Cuba. La guardería se creó en el marco de la operación de montoneros que se llamó Contraofensiva. En algunos casos, los chicos perdieron al papá y a la mamá y, otros a uno de los dos.
Argento explica que otro denominador común que ve entre los hijos de la contraofensiva es que, hoy, son una suerte de mamás y papás canguros, muy aferrados a sus hijos. Incluso, si tienen una actividad los llevan, los traen. Muchos volvieron a Cuba, o vivieron un tiempo más en la isla. Otro, nunca más lo hicieron. Ninguno de ellos reside, actualmente, en la tierra que venera al Che Guevara.
El vínculo trasciende los años y la distancia. Existe una suerte de hermandad entre los hijos de la Contraofensiva. Como sucede con muchos hijos de desaparecidos, hay una cosa de identificación, de unión y de solidaridad, entre ellos, concluye Argento. z wen Título: La guardería montonera. La vida en Cuba de los hijos de la Contraofensiva
n Autora: Analía Argento
n Editorial: Marea
n Páginas: 248
n Primera edición: 2013











