Irán y las grandes potencias mundiales alcanzaron ayer un acuerdo histórico para limitar, por primera vez en una década, el programa nuclear iraní a cambio de un alivio de las pesadas sanciones económicas que ya superan los u$s 40.000 millones, en el primer paso de un acercamiento que podría reducir el riesgo de una guerra en Oriente Próximo y el inicio de una nueva relación de Teherán con Occidente.


El acuerdo es temporal, por seis meses renovables, periodo en el que se buscará negociar un pacto definitivo. Por las implicancias geopolíticas, las reacciones no se hicieron esperar. Salvo Israel, que lo rechazó calificándolo un error histórico, el resto de la comunidad internacional lo recibió con satisfacción, aunque también con cautela a la espera de lo que ocurra en los próximos meses.


El pacto entre Irán y los cinco países miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Rusia y China más Alemania (el llamado G5+1), se selló tras cuatro días de intensas negociaciones en Ginebra. En concreto, y urgido por el endurecimiento en los últimos años de las sanciones comerciales y financieras, la República Islámica aceptó suspender el enriquecimiento de uranio por encima del 5% y eliminar el ya enriquecido al 20%, además de permitir más control en sus instalaciones nucleares. En los hechos, es prácticamente un congelamiento de los puntos más controvertidos de su plan nuclear, que según las autoridades iraníes es pacífico, pero que tanto como Israel como las potencias occidentales sospechan que el fin es militar, concretamente la fabricación de una bomba atómica. Si Irán no cumple con sus compromisos, las potencias podrán revertir de inmediato el alivio por u$s 7.000 millones a las sanciones económicas.


El guía supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei, calificó el acuerdo de un logro, mientras que el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, declaró que podría ser el comienzo de un acuerdo histórico para los pueblos y naciones del Medio Oriente y más allá de esa región.


Desde Washington, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, lo consideró un importante primer paso y aseguró que cierra el camino más evidente a que Irán logre la bomba atómica, aunque subrayó las grandes dificultades que siguen existiendo respecto a este tema.


Anticipándose al previsible rechazo de Israel, el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, intentó tranquilizar a su aliado asegurando que un acuerdo nuclear hará el mundo (...), a nuestros socios de la región y a nuestro aliado Israel más seguros.


Sin embargo, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, calificó el pacto de error histórico y su oficina lo describió como un mal acuerdo, que ofrece a Irán lo que quería: el levantamiento parcial de las sanciones y el mantenimiento de una parte esencial de su programa nuclear. Tanto Israel como Arabia Saudita pedían el completo desmantelamiento del programa atómico iraní. Ambos ven amenazadas sus respectivas posiciones de liderazgo en la región, el primero como única potencia nuclear (aunque no declarada) y el segundo como principal garante del petróleo que mueve el mundo.