El gobierno de Michel Temer se terminó

El gobierno del presidente Michel Temer acabó. Aunque fue víctima de una controvertida operación claramente ideada para incriminarlo, el presidente vive una situación embarazosa, como bien definió el ex presidente Fernando Henrique Cardoso. El diálogo con el empresario Joesley Batista, uno de los dueños de la empresa JBS, contiene fragmentos inapropiados para una conversación de un presidente de la República.

El propio Temer ya sabe que, desde el punto de vista político, es prácticamente imposible superar ese escándalo. Si lo logra, quedará al frente de un gobierno débil e incapaz de aprobar las reformas institucionales que tanto necesita el país en este momento. En el fondo, Temer intenta ganar tiempo para dejar la Presidencia de acuerdo con el ritual constitucional y no por una renuncia al mandato.

El presidente asumió el mando del país hace un año, en medio de una de las más graves crisis políticas y económicas de la historia de Brasil. Mientras era vicepresidente, publicó -siete meses antes de sustituir a Dilma Rousseff- el documento "Puente para el Futuro", un conjunto detallado de propuestas para modernizar la economía brasileña.

Luego de "romper" con Dilma, Temer se presentó a la Nación, con su versión de la "Carta a los Brasileños" - documento que Lula lanzó en la carrera presidencial de 2002 para tratar de calmar los mercados-, como una alternativa a la entonces presidenta, cuyo gobierno llevó al país a la ruina. Tres años de recesión, la contracción de casi el 8% del PBI, la caída del 10% del ingreso per capita en el bienio 2015-2016, la inflación de dos dígitos, la explosión de la deuda pública, 14,2 millones de desempleados, etc.

Continuar las reformas

Poco después de asumir la Presidencia, Temer admitió que no tenía legitimidad popular, pero gozaba de legitimidad constitucional. Al tomar posesión en un momento tan complejo de la vida nacional, percibió que, incluso sin capital político, su gobierno podría avanzar en una audaz y necesaria agenda de reformas institucionales. Nombró, entonces, a un equipo económico respetable, que rápidamente empezó a elaborar tres propuestas cruciales para sacar a Brasil del atolladero: la adopción de un techo para impedir el crecimiento real (sobre la inflación) del gasto público durante 20 años; la reforma previsional y la reforma laboral (que ya fue sustancialmente alterada, para peor, por la Cámara).

Temer sabía que su mayor desafío era adoptar medidas, no para acelerar el crecimiento de la economía a corto plazo, sino para crear las bases de una expansión sostenida a mediano y largo plazo. Se dedicó entonces a formar una mayoría en el Congreso que le permitiera aprobar sus proyectos. Antes, montó un ministerio "congresal", es decir que eligió cada ministro en base al número de votos que su partido garantizó en el parlamento.

En poco tiempo, el Congreso aprobó la enmienda constitucional que instituyó el techo de gastos y la posibilidad de la reforma laboral. Además, otros proyectos importantes, como cambios en el marco regulatorio del sector petrolero, fueron aprobados. El triunfo de Temer fue justamente este: ampliar su base de apoyo en el Congreso para aprobar medidas en el área económica. Y sufrió muy pocas derrotas en ese período.

Paralelamente a la iniciativa legislativa, el gobierno Temer logró derribar la inflación. Medida por el IPCA descendió del 10,6% en 2015 al 6,3% el año pasado. Para este año, la mediana de las expectativas del mercado -registrada por el boletín Focus que publica el Banco Central-previó un IPCA por debajo del 4%, el índice más bajo en 12 años. El BC volvió a controlar las expectativas de inflación, algo que no ocurría desde mediados de 2010, y a reducir la tasa básica de interés (Selic). Las proyecciones marcan que para diciembre la tasa Selic real rondará en torno al 4,41%.

La actividad económica, después de tres años de recesión, comenzó a esbozar señales de recuperación en el primer trimestre. Y aunque fue mucho más lenta que en otras recesiones, aún así, fue consistente. Y ganaría un ritmo más rápido si se aprobara la reforma de la Seguridad Social.

Pero con la crisis que involucra a Temer, cambió todo. Desde el pasado viernes, Brasil se detuvo para ver la extensión del estrago provocado por la grabación de la conversación de Temer con el empresario de JBS. Y nada más sucederá antes de que se resuelva este embrollo.

Dilma Rousseff cayó como consecuencia de una combinación de factores: crisis económica y pérdida del control de su base de apoyo. Técnicamente, sufrió el juicio político debido a las "pedaleadas fiscales" -el uso de bancos federales para pagar gastos de la administración directa, práctica vedada por la ley-. Se produjeron porque Dilma arruinó las finanzas públicas -de 2008 a 2015 el gasto corriente creció un 50% por encima de la variación de la inflación del período, mientras que los ingresos avanzaron apenas el 17%-.

Ya hay en Brasilia negociaciones entre bastidores para definir quién será el candidato de la base aliada que apoya hoy al gobierno a disputar la elección indirecta en el Congreso contra el candidato de la oposición. En este escenario que se mostraba caótico al final de la semana pasada empieza a emerger un poco de racionalidad: hay una percepción en la clase política de que la agenda de reformas adoptada por Temer necesita ser mantenida, de lo contrario, la economía volverá al caos en que se encontraba hace poco más de un año y todo lo que se ha hecho ha sido en vano.

Algunos líderes creen que, dada la gravedad del momento político, el nuevo gobierno, que tendrá un mandato corto (hasta el 31 de diciembre de 2018), debe conducir las reformas con menos ambición de lo que hizo Temer. El actual presidente aprobó el techo, una medida radical de control del gasto público, y propuso una reforma previsional que, si es aprobada, representará un salto en relación a las reglas de jubilación anacrónicas e insostenibles vigentes hoy.

"En este momento, hay que quedarse a mitad de camino entre las demandas del mercado y la disposición política de los congresistas a sancionar medidas impopulares", dijo un político experimentado. "El mercado no conoce a Brasilia y Brasilia no conoce al mercado".

 

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