

La fiebre del oro nunca se apagó del todo en Sudamérica. Décadas después del cierre de una mina que atrajo multitudes en los años ochenta, el interés por reactivarla vuelve a crecer.
El proyecto divide opiniones: promete empleo y riqueza, pero también despierta alertas por el impacto ambiental y la seguridad.
El auge que cambió la historia minera
En los años ochenta, una excavación aurífera en Brasil se convirtió en símbolo continental. Miles de trabajadores llegaron con la esperanza de encontrar oro y cambiar su destino.
La actividad era manual y peligrosa: jornadas interminables, derrumbes y competencia feroz. El lugar se transformó en una ciudad improvisada donde convivían riqueza, riesgo y precariedad.
El cierre y las huellas que dejó
A principios de los noventa, el Gobierno clausuró la explotación por falta de seguridad y caída en la productividad. Miles de mineros abandonaron el sitio, pero muchos nunca dejaron de soñar con volver.
Entre ellos, Chico Osório, un exminero que logró acumular fortuna en los años de auge y que hoy recorre el área recordando los días en que la región era un hervidero humano.

¿Por qué vuelve el debate?
Cooperativas formadas por antiguos trabajadores impulsan desde hace años la reapertura. Sin embargo, las disputas internas y las deudas millonarias frenan cualquier avance. A pesar de ello, la extracción clandestina persiste. Varias operaciones policiales confirman que el oro sigue allí, oculto bajo capas de tierra.
El dilema ambiental y económico
Reactivar la mina no es solo una cuestión de inversión. La región sufrió un fuerte impacto ecológico en el pasado y hoy exige controles estrictos.
El desafío será equilibrar desarrollo económico con protección ambiental. Lo que ocurra podría convertirse en un modelo —o en una advertencia— para otras explotaciones latinoamericanas donde resurgen intereses similares.













